PRÓLOGO DE LA OBRA: EL LADO OCULTO DEL PRESIDENTE MORA, de
Amando Vargas
Prólogo ¿Y tú, qué hiciste?
La excelente obra de Armando Vargas Araya que aquí se presenta,
El lado oculto del Presidente Mora, constituye una revisión profunda y
sustantiva del hecho más
relevante que registra la historia republicana de Costa Rica
hasta el día de hoy. Su investigación, sin embargo, nos brinda mucho más que
eso, ya que constituye un gran hito divisorio entre, de un lado, la desidia
interesada, la mediatización calculada y la subestimación deliberada de un
pasado en que se nos maleducó, minimizando los alcances y la significación de
los acontecimientos; y, de
otro, la nueva, urgente y justa revaloración de esos hechos,
inevitablemente apasionada, moralmente vibrante y –lo mejor de todo–
históricamente comprobada, que debe marcar, a partir de esta investigación, el
nuevo enfoque y la moderna comprensión de esa gran gesta liberadora de 1856 y
de la figura señera del Presidente Juan Rafael Mora. En una nación campesina
como la nuestra, modesta, inclinada hacia el término medio, además de temerosa
de todo posible exceso, quizá el uso tan definido y explícito de estos términos
radicales pueda parecer extremo. Pero estoy seguro de que no lo es, porque su radicalismo
reside, a lo sumo, en el abordaje de los problemas desde su raíz. Por ello esta
obra demuestra, hasta la saciedad, que lo que hasta ahora se acalló y mediatizó
fue el enorme eco histórico de aquellas gloriosas batallas libradas por el
Ejército Nacional costarricense, sostenidas no solo para liberar a Nicaragua
del yugo esclavista del aventurero William Walker, sino para «trazarle la línea
sur» –como bien dice el autor– a las pretensiones expansivas del imperialista
destino manifiesto de Estados Unidos, que ya había cercenado México y
apoderádose de la California.
Por razones que se adivinan bien calculadas, como analizaré
más adelante, durante décadas se subvaloró y hasta aldeanizó la histórica y
brillante conducción política de la gesta antifilibustera del Presidente Mora,
la cual, malévolamente, se redujo y opacó hasta hoy, por medio de semiverdades
y mentiras enteras. Pero ahora resulta que la verdadera dimensión
histórico-política de aquellos combates fue tan grande, que don Armando, hurgando
aquí y allá y encontrando en todas partes documentación y testimonios, ha logrado
demostrar, prolijamente, que la gran obra de Mora no se limitó a triunfar en
las heroicas batallas de Santa Rosa, Rivas y el Tránsito, sino que constituye
una hazaña que se proyecta mucho más allá del istmo y marcó el destino y la
ruta a la inmensa geografía hispanoamericana. Tanto así, que fue a partir de
este momento en que ese horizonte histórico-geográfico recibió su nuevo nombre
de América Latina, que en su concepto y dimensión actuales –inexistente hasta
entonces–, emerge incontenible al amparo de la gesta libertadora costarricense
en Nicaragua, gracias a un bardo colombiano que, admirado con ella, lo consagró
en un poema suyo, por cierto escrito en el digno marco de la Venecia que
pintara il Canaletto, su paisajista por excelencia. El libro se mueve simultáneamente
en varios registros y niveles que se unen, se separan, se interpenetran y condicionan
recíprocamente y los cuales, bueno es decirlo, el autor combina con maestría,
soltura y solvencia intelectual e investigativa de la más alta calificación. El
nivel más obvio e inmediato es el local y centroamericano. Pero la
investigación es tan amplia y profunda, que inevitable y naturalmente se
asciende a un contexto mucho mayor, comenzando con los acontecimientos que, ya
en ese momento, se precipitan al interior de Estados Unidos. Son los instantes
en que, como en la trama de una tragedia griega, se perfila la Guerra de
Secesión y la lucha contra la esclavitud. Pero las conexiones no acaban allí.
Porque con una envidiable noción y manejo de los contextos históricos, el estudio
continúa con las complejas y contradictorias relaciones y vínculos de la
naciente y avasalladora potencia con Hispanoamérica –a la que, como lo recuerda
el autor, Hegel le vaticinara su futuro ya en 1822–, en el inicio de un proceso
que, comenzando con la doctrina Monroe, empiezan a afinarse las líneas maestras
de su destino ulterior. El gigante prueba y ensaya en su política exterior
–dando origen, en su momento, al destino manifiesto, la Big Stick policy, la
Dollar diplomacy, la Good Neighbour policy, etc.– Es de aquí de donde surge el
problema de sus relaciones con las grandes potencias europeas, en particular
con Inglaterra, Francia, la euroasiática Turquía, de un lado, y Rusia de otro, muy
en particular en este período, cuando se produce la aparentemente lejana y
ajena Guerra de Crimea, que ocupa los años de 1853 a 1856. La Guerra de Crimea,
nos lo recuerda el autor, además de ser la primera donde se utilizó el
telégrafo para la corresponsalía de guerra y emergió la figura de Florence
Nightingale y el cuidado de heridos y prisioneros, versó sobre el control del
Mar Negro y el tema clave de las rutas comerciales existentes –¿y qué otra cosa
era para todos ellos el istmo centroamericano y el Mar Caribe?–. Con ello,
pues, se dio un tiempo, ignorado hasta hoy, en que el camino de la historia de
Centroamérica pasó por la lejana Crimea. Porque mientras las viejas potencias
coloniales se veían con las manos atadas allá, el joven y pujante imperio tenía
sueltas las suyas aquí. Eso le brindó un tiempo precioso, un cierto retardo
ventajoso para sí, que retrasaba la llegada de respetables fragatas inglesas y
francesas, que después pulularon en San Juan del Sur y en Greytown, como la
Orion de 91 cañones, Arrogant, con 47 cañones, Victor, Intrepid, Pioneer y
Hermes, con seis cañones cada una, Imperiéuse, Cossack y Tartar, con veinte
cañones cada una, Archer con 13 cañones, Eurydice con 26 cañones, etc. Así, con
su titánica labor, el Presidente Mora también resultó defendiendo el derecho a
existir de una pequeña nación en medio de un choque de gigantes, a los que solo
les preocupaban las vías de comunicación, el control del istmo, sus zonas de
influencia y la eventualidad de un futuro canal interoceánico. Suerte grande
que esto fue ayer y no hoy, porque en la actualidad no parecería hallar
respuesta la pregunta de Omar Dengo sobre adónde estaba el Presidente Mora que
marcara el rumbo de nuestra responsabilidad histórica. La guerra contra los
filibusteros jefeados por Walker revivió en la región los viejos ecos del
proyecto de unión bolivariana, de cara a unos Estados Unidos de América
inevitablemente expansivos, pero resultó no solo contemporánea con la Guerra de
Crimea –como simple cuestión de calendario–, sino que mantuvo con ella una
relación tan profunda como oculta y condicionante. Y este preciso aspecto de
incalculable valor histórico, la investigación se encarga de sacarlo a la luz y
darle todo el significado trascendente que le corresponde, lo cual es otro
significativo aporte del investigador, puesto que, hasta hoy, se había
mantenido oculto, con uno y otro acontecer aislados, como si fueran hechos
separados y distantes, como aparentan ser a primera vista. En otro sentido,
este hallazgo sirve para evidenciar como lo que fue una parte indisoluble de la
historia regional y mundial devino, en manos de ciertos intereses espurios y
romos, un incidente subalterno y secundario, ocasionado de manera aislada por
un grupo de aventureros enfrentados con un modesto tendero de aldea.
Ciertamente, un caso de eurocentrismo promovido desde la periferia, pero en la
realidad nada inocente, ni en la intención, ni en las consecuencias. Este
empobrecimiento de un hecho de la mayor trascendencia histórica para Costa
Rica, para Centroamérica, para el subcontinente americano y hasta para las
grandes potencias mundiales, tendría su lógica y explicación propias. Parece
responder a dos factores concomitantes de la mayor importancia e influencia:
uno es interno y en correspondencia con el poder y el pobre papel que, en la
guerra contra los filibusteros, tuvo cierta parte de la élite cafetalera nacional.
Otro es externo y está relacionado con el malinchismo que generó la guerra fría
en ciertos grupos de poder. Un aspecto de suyo interesante de la obra de Vargas
Araya es que, uniendo a la riqueza de su aporte y su solidez investigativa, el
hado feliz de la oportunidad, es una clara contribución a demostrar las
limitaciones y debilidades conceptuales de cierta moda intelectual, muy en boga
en la llamada posmodernidad, que a mi juicio resulta altamente ideologizada,
perniciosa para la comprensión de las nacionalidades emergentes y empobrecedora
para la comprensión de los fenómenos históricos y políticos del surgimiento de
las identidades nacionales, especialmente en lo que se refiere a los países
pobres y subdesarrollados. Según esa visión, identidad y nacionalidad son el
resultado de una invención reservada a las élites dominantes y no el fruto
objetivo de un conjunto de procesos socioeconómicos, políticos y culturales
reales, que les dan vida, significado y sustentación. Sospechosamente,siempre
estos enfoques se corresponden con las pretensiones de intereses imperialistas
que necesitan y buscan debilitar, cuando no abolir o deslegitimar, la identidad
y nacionalidad de países pequeños y jóvenes que se les oponen y reivindican su
derecho a la autodeterminación.
Significativamente, es a estos a quienes se les aplica lo de
la invención de la nacionalidad, puesto que para los países grandes, poderosos,
imperialistas y neocoloniales, el concepto no tiene aplicación. Ni siquiera lo
tiene respecto a Estados Unidos de América, tan joven y novel como las otras
naciones latinoamericanas. Así, como que la invención de la nacionalidad es un
recurso ideológico más, que se utiliza para menguar el concepto de nación,
cuando se trata de enfrentar políticas imperialistas y globalizadoras, no
cuando el objetivo es imponerlas. Como se dijo, hay también un factor mediatizador
interno, que ha jugado un papel muy importante en la desvaloración final de la
lucha antifilibustera. Se trata de la actitud histórica de cierto sector de la
élite cafetalera que, por décadas, logró ocultar dos conductas suyas tan ruines
como antipatriotas: de un lado, su reticencia semioculta a combatir la amenaza
de William Walker, que ahora Armando Vargas ilumina a toda luz; y, de otro, lo
peor de todo, su horrendo crimen –como lo califica el autor– al fusilar a Mora
y a Cañas, en uno de los homicidios más oscuros de nuestra historia. Es también
de esta conciencia culpable, oscilante entre la vergüenza, el miedo y la
traición, que nacen los esfuerzos por dar vida a una aldeanización empobrecedora
de don Juan Rafael Mora, de su conversión folklórica en un simple tendero,
sometido en todo al intelecto y la pluma de algún extranjero, ya francés, ya español
o hispanoamericano en tránsito –Armando Vargas se cuida de ubicar, como nunca
antes y con una claridad excepcional, el papel de cada quien–, que le habrían dictado
no solo qué decir, sino qué hacer y cómo. A don Juanito –nombre que no agrada al
autor–, para esta interesada corriente social, solo le queda la ambición más
brutal, los negocios oscuros y el autoritarismo dictatorial. La infamia como
medalla de la heroicidad histórica. El mito infame se derrumba
irremediablemente con el estudio y análisis histórico que se hace en la obra
que se prologa y gracias a una sólida sustentación que acredita, paso a paso,
cada afirmación. ¿No se adivinaría, quizás, detrás de la exaltación, por lo demás
merecida y justa, de Juan Santamaría, un cierto esfuerzo malévolo y ruin de amenguar
la gran figura de Juan Rafael Mora, inteligente, astuto, informado y culto, en
el mezquino afán de diluir el crimen en una anécdota infortunada y no en la
culminación de un calvario que, más que político y personal como se ha
presentado, tiene el tinte rojo del conflicto social y de la emancipación de
clase contra el dominio de un sector oligarca que, de no haber encontrado
después de su crimen el freno del General Guardia, de Gonzáles Flores, de
Calderón Guardia y de Figueres Ferrer, podría haber centroamericanizado, en el
mal sentido del término, la sociedad costarricense? El otro factor
condicionante, de naturaleza externa y más reciente, tiene que ver con los
efectos de la guerra fría en Costa Rica y la intención malinchista criolla de
querer ocultar, tras el expansionismo imperialista y esclavista presente en
William Walker y su aventura en Nicaragua, el deseo y objetivo estadounidense
de garantizar su control sobre el istmo centroamericano y el futuro canal interoceánico.
Este aspecto de la historia nacional, en su contexto regional, en el clima intelectual
inhóspito de la guerra fría, fue considerado como parte de un arsenal peligroso
en manos de antiimperialistas de todo pelaje, desde los comunistas puros y
duros, hasta los apristas y nacionalistas de todos los signos, como los que firmaron
en Guatemala el Pacto del Caribe. Se mediatizó así, aunque esta vez por razones
geopolíticas de carácter mundial y regional, la gesta de Mora, la naturaleza
real del filibusterismo, el papel del gobierno usamericano y el significado y
alcances de la derrota. Para no conceder argumentos al comunismo, se maquilló
el papel de Estados Unidos en el conflicto de 1856 y se anublaron los intereses
concretos de las grandes potencias enfrentadas en la región.
No en vano la obra Fábula del tiburón y las sardinas del
expresidente Arévalo, en absoluto de corte comunista o marxista, fue objeto de
los más fuertes ataques, en coincidencia con una ultraconservadora
conspiración, nacional y extranjera, que le costó a Guatemala más de medio
siglo de doloroso calvario político-militar, del que apenas recién ahora se repone.
Ambas vertientes, interna y externa, se combinaron, pues, para empobrecer un hecho
histórico rico y aleccionador, que ahora Armando Vargas saca a la luz ¡y de qué
manera!
De aquí sale otrade las claves en que está escrita la obra,
que es una especie de contrapunto que se produce entre el texto y el aparato de
notas y fuentes que, por su profusión, calidad, novedad y rigor, merece ser
leído por sí mismo. No cabe aquí, acerca del valor y alcance de las notas y
aclaraciones, ninguna mala interpretación. No se trata, en absoluto, de un
alarde inútil de erudición. Es una sustentación documental y testimonial
pertinente, inmediata y concreta, de cada cosa que se afirma; es un traer documentos,
declaraciones e informaciones que, de manera sustantiva y oportuna iluminan y
hacen irrefutables los hallazgos, las rectificaciones y los argumentos que el autor
introduce. Por ello puede afirmarse, sin temor a equivocarse, que en esta obra
no solo hay trabajo, investigación, detalles y hallazgos de la mayor
importancia. Hay pasión, amor y respeto. Pasión por una Patria que se desdibuja,
cuando más que nunca requiere reafirmación de sus rasgos esenciales. Hay amor
por el personaje, sus aportes, fortalezas y debilidades. Y hay respeto, no solo
por él, sino por sus amigos, aliados y hasta adversarios; y, sobre todo, por la
verdad histórica. Pese a ello, la lectura es fácil, fluida e inspiradora. Es de
allí de donde nace mi convicción de que esta investigación es un parteaguas
histórico, a partir del cual habrá una historia de la Campaña Nacional, muy respetable
sin duda, valiosa, de gran trascendencia nacional, donde se reconoce la jefatura
mediatizada de Mora, pero empobrecida por los intereses sociales ya referidos,
e incapaz de dar nada más de sí misma; en suma, una versión que es, en buena
parte, la que hemos aprendido hasta ahora. Y habrá otra, nueva, vibrante,
profunda y viva, más verdadera y más fértil, que es la que surge ahora con esta
obra, en la cual don Armando nos descubre nuevos mundos y otro y gigante Juan
Rafael Mora, del que si bien nos honra ser compatriotas, por su estatura
histórica ostenta el derecho de cuestionarnos ante cada reto, con el poeta: ¿Y
tú, qué hiciste? ¿No vino a ti la palabra encendida para defender tu pueblo?
Dr. Rodolfo Cerdas Cruz Centro de Investigación y Adiestramiento
Político Administrativo - CIAPA San José, marzo de 2007
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