En Costa Rica resulta más difícil deshacerse de un libro que hacerlo



EN COSTA RICA RESULTA MAS DIFICIL DESHACERSE DE UN LIBRO QUE HACERLO 

Cartago, 31 de enero de 1934 

Senor:  Doctor Clodomiro Picado T. 

San José. 

Mi querido amigo: 

Me explico muy bien el sentimiento de pena, casi de conmiseración, que a usted y a cuantos saben que no nací bajo el signo protector de Mercurio había de causarles la publicación de mi librejo. En efecto, publicar un libro en Costa Rica, si no se es rico y si se tiene en mira sacar siquiera los gastos de impresión, tiene que ser visto y compadecido como un acto de verdadera locura. Mas, cuando se publica con el ánimo perfectamente resignado a la pérdida, ya en este caso no cabe la lástima, como tampoco cabe en el del muchacho o viejo alegre que se gasta unos reales en una farra. No faltará quien al leer esto me crea más necio y digno de lástima todavía y piense que es una solemne tontedad la del que voluntariamente disminuye su ya exigua importancia capitalística sólo por darse el gusto que únicamente a los niños se consiente. 

-¿se acuerda usted de los de París y sus juegos náuticos en el estanque de nuestro amado Luxemburgo?-, de fletar un barquillo de papel, verlo alejarse hacia dentro y esperar a que un golpe de brisa lo traiga de nuevo a la orilla. Cierto es que tampoco ha sido sólo para divertirme un rato que me he resuelto a hacer ese alarde de publicidad, pero con todo y que esa explicación sé que no me deja muy bien parado en el concepto de mis compatriotas, no me convendría desmentir1a. Prefiero callarme la verdadera de miedo a que conociéndola sondee la gente toda la profundidad de mi insensatez. A usted sí voy a revelársela en confianza, pues que aquí en el Repertorio Americano no hay miedo que lleguen a saberla esos nuestros conciudadanos de que habla su carta. El Repertorio, usted lo sabe, se hace en Costa Rica para que se lea en el extranjero; en Cartago, por ejemplo, que por ser donde yo vivo (vivo sin vivir en mí), es donde más me interesa guardar el secreto, apenas tiene esta revista doce suscripciones, contando la de la Biblioteca de la ciudad y del Colegio, la cual, si no fuera por el bibliotecario, se quedaría las más veces sin abrir. Como usted ve, no corrernos riesgo de que nos oigan las gentes y menos en estos días que tan ocupadas andan con la política. 

Pues bien, aquí inter nos, mi intención al recoger en un tomo esos artículos, algunos inéditos, otros casi inéditos para los cos-tarricenses, pues que fueron publicados en el Repertorio, fue buscarles lectores dándoles una publicidad más extensa y más duradera. Me propuse y creo haberlo conseguido, gracias al buen gusto tipográfico de La Tribuna, hacer una edición atractiva: formato pequef'lo a propósito para llevar en el bolsillo, buen papel, una cubierta elegante, etc. Todavía calientitos como quien dice, de su paso por la prensa, llevé mis libros a dos de las más reputadas librerías de San José y me traje diez ejemplares a Cartago para ponerlos a la venta en la tiendecita de silabarios, lápices y cuader-nos de la localidad. Atendiendo a la crisis que todo lo ha depreciado, incluso el dólar todopoderoso, abaraté lo más que pude mi mercadería, hasta llegar a ponerle a mis Viajes y Lecturas el mismo precio que tiene aquí la libra de mantequilla de don Arturo Volio, <t 2,50. Pues ni por esas, mis libros no han tenido salida y todavía se hallan en la compal'lía de los silabarios, lápices y cuadernos. Tres personas, me cuenta la sef'lorita de la tienda, hicieron el envite de comprarlo, pero, como dicen los abogados tan elegantemente, el contrato de compra no se perfeccionó. Tal vez pensaron que mi librito no es ni con mucho un elemento tan importante para su vida como la mantequilla. 

Bueno, me dije, no queriendo dar mi brazo a torcer, ésta que llaman los gacetilleros noble y leal ciudad no llega en punto a cultura siquiera a la categoría de villa. Pero es el caso que en la ca-pital no han corrido mis Viajes y Lecturas mejor suerte. NiTrejos, ni Soley, ni García Monge han logrado sacarle a nadie del bolsillo los <t 2,50 y meterle en cambio mi librito con todo y ser tan cómodo su formato. Resultado: la edición que no fue especialmente copiosa, apenas si está decentada con los envíos a los amigos de dentro y fuera del país, y me aterroriza la idea de tener que abandonarla al olvido y a los ratones, porque una de las cosas que he aprendido de esta vez es que en Costa Rica resulta más difícil deshacerse de un libro que hacerlo. Claro es que si saliera a regalarlo por las calles pronto me vería libre de él, pero eso no puede parecerme a mí, que soy el padre de la criatura, un modo decoroso de salir de ella. 

Lo decente es ir regalando los libros poco a poco cuando viene al caso, esto es, cuantas veces un amigo amable me pregunta: Sé que ha escrito usted un libro, ¿dónde lo tiene a la venta? Pero esto también ofrece una dificultad y es que nadie quiere llevárselo sin la correspondiente dedicatoria, tal vez para ponerse a cubierto de la sospecha que pudiera despertar de habérmelo comprado. Recuerde usted la anécdota de Vincenzi y el Cholo Obregón. Ahora bien, de todas nuestras cursilerías esa de las dedicatorias es la que yo más aborrezco y así y todo esta vez he tenido que poner unas cuantas, y lo que es peor, absolutamente seguro deque el receptor de mis obsequios no leerá de mi libro otra cosa que ellas. 

Sí, amigo Clorito, ya hemos llegado a la parte realmente trágica de mi experiencia, y no sólo de la mía, que al fin no soy nadie, sino de cuantos en Costa Rica han cometido con mayores luces y prestigio la misma candorosidad de publicar libros. Aquí tal vez se enseñe a leer a la gente, es decir, tal vez se le enseñe la mecánica de la lectura, pero la verdad es que la gente no lee. Cuando más, el periódico, los rótulos del cine, alguna novelita pornográfica o algunos versitos ramplones; muy distinto de lo que pasa en otras partes, ya no digamos en Estados Unidos o en Europa, sino en países donde no se habla tanto de la importancia que los gobiernos dispensan a la educación pública. Nada me sorprendió tanto en México como lo mucho que se lee allá; hasta el peladito mexicano podría dar en esto lecciones a los que aquí pasan por cultos, y sin ir tan lejos, creo que en Nicaragua, aun entre los menga/os, hay más interés intelectual que entre nuestros sefioritingos, filisteos zafios, como decía mi venerado maestro el doctor Ferraz, aunque los gradúen de Bachilleres en Ciencias y Letras, Licenciados en Leyes y muy pronto Doctores en Jurispru-dencia, si es que cuaja ese famoso proyecto con que algunos piensan remediar las deficiencias de la Escuela de Derecho, creídos de que los grados significan algo por sí mismos, hasta cuando no se trata de alcoholes y temperaturas. 

Sí, amigo Clorito, esto sí debe contristamos el alma, al menos a quienes como nosotros apreciamos el dinero en m􀀁nos que nuestro empalio de comunicar ideas, buenas o malas, pero al fin ideas, en un país donde la mayoría de los hombres no piden a Dios más que el pan nuestro, y a veces no lo piden ni a Dios sino a sus intercesores en la tierra. Nuestra cultura es cosa para uso externo y que no ha logrado penetrarnos, hacernos más comprensivos, más curiosos de las cosas del mundo, más libres de prejuicios, sino que por el contrario nos ha hecho más necios, más parroquiales y pedantes. Y es que una cultura superficial, ramplona, impartida por maestros de escuela y hasta por profesores de Estado que no tienen fervor por ella, que no se les ve preocupados nunca por otra cosa que el mejoramiento de sus sueldos, que viven haciéndose 

intrigas entre sí y zalemas a los políticos dispensadores de as-censos, no puede dar a los jóvenes ninguna elevación intelectual 

y moral. De la cultura hay que decir lo mismo que Renán dijo de la verdad religiosa: Une vérité que l'homme n'a pas tirée de son propre coeur, et qu 'il s'applique comme une sorte de topique extérieur, est inefficace et sans valeur mora/e. 

Pero a qué hablar de estas cosas. ¿ Quién querría ponerse a pensar seriamente en el asunto y arrostrar la grita de los charla-tanes responsables de nuestro atraso intelectual que se llaman, sin 

embargo, apóstoles de la ensefianza, y de los muchos ingenuos que tan ufanos están y estarán per secula seculorum de nuestras escuelas y colegios? 

Gracias por su carta, tan generosa, tan animadora, como todas las cosas que debo a su amistad, a esta nuestra vieja amistad hecha aquí, en aquel otro Cartago de la infancia y de la mocedad, conversando al abrigo de los claustros del viejo San Luis o al aire libre de nuestros pintorescos alrededores, y robustecida luego en los días y las noches de París por nuestro común amor a la Francia promotora del saber y del progreso humanos. Aunque no fuera más que por su carta que revela tan atenta y carinosa lectura de estos mis Viajes y me trae recuerdos de los otros, del que hice con usted hace veintitrés anos a la Bretana de Delage y de Renán, estoy satisfechísimo de no haber resistido a la tentación de tomificar mis últimas andanzas por entre los hombres y los libros. No acepto, pues, su pésame, pues que me siento como de parabién, alegre y dichoso de haber encontrado, a más del buen amigo, el buen lector. 

Lo abraza, su afectísimo, 

Mario Sancho


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