Derecho de pernada, abuso sexual y subsistencia de una aberración
Históricamente se discutió la existencia del derecho de pernada, un privilegio que pertenecía al señor feudal y que le otorgaba -en la noche de bodas, con total prioridad- mantener relaciones sexuales con cualquier doncella que contrajera matrimonio con uno de sus siervos.
La Sentencia de Guadalupe del Rey Fernando, en 1486, refiere la prohibición de este derecho, lo que permite afirmar que el mismo existía. Dicha sentencia determina "la abolición, extinción y aniquilación" de seis malos usos, entre ellos firma de espolio forzada, por tratarse -en todos los casos- de "iniquidad evidente". .
Sin embargo, el derecho de pernada se ha mantenido a través de los siglos. Se ejerció en América en forma continua; costumbre ancestral que permitía al patrón someter sexualmente a las jóvenes antes de que contrajeran nupcias o a las niñas cuando tenían su primera menstruación. La familia o los novios, obligados, vivían la cizaña de la humillación sobre sus mujeres quienes, por su frágil posición, eran sometidas a la aberración de ser entregadas por maridos, padres, hermanos o parientes próximos para que las desvirgara "el jefe", "el poderoso", "el mandamás" o "el capanga" de la zona, población, campo, predio o tribu.
El pacto de silencio comprendía a las autoridades, las que, legal y moralmente, debían hacer justicia. Su derecho de veto, para evitar el delito, no lo ejercían. Tampoco castigaban a los inmorales. Naturalizaban el abuso sexual sobre nenas, adolescentes o mujeres adultas. Protegían a los de su mismo palo. Favorecían la idea de que era legítimo mantener bajo el pie a los sojuzgados.
Los casos de violación de menores púberes o casaderas eran numerosos. Se produjo y aún se produce en las zonas rurales de Argentina, sobre todo en las provincias del norte por los estancieros (plantaciones de azúcar). También en Colombia (caucheros) y en Brasil, país en el que Lula Da Silva planteó como acción social prioritaria terminar con el "vasallaje sexual". El abusador no sólo es culpable de violación, sino también del delito de incesto. Primero viola a la que será la madre de su hija, a la que también violará por su derecho tradicional de desflorar. En Argentina resultó muy comentado, en el año 2003, el caso de un profesional, propietario de una hacienda en el norte de Salta. Fue admitido en un hotel por horas donde pretendía consumar la vio- lación de una nena de ocho años. Los dueños del hotel denunciaron el hecho (supl. Diario El Mundo, 23/2/2003, nº 384).
Se ha demostrado, científicamente, que quienes sufren en forma permanente denigraciones y ataques a su dignidad, terminan por creer que lo único que pueden hacer es soportar. Y los humillados han soportado por siglos el vasallaje y la servidumbre. Esta reiterada circunstancia, en la que se exige que una mujer entregue su virtud a la fuerza, es una aberración. Un acto abominable que perdura en la conciencia de la víctima, le altera el espíritu, la alegría de vivir, el sentido de su existencia y la cosifica.
Entre las razones con las que se justifican la habitualidad de acto tan horrendo, se argumenta que se purifica la descendencia (o sea, el macho que atropella a la hembra del débil, por este procedimiento, mejora la genética de la humanidad). A mi entender, lo único que sucede es que se continúa con una costumbre brutal y se potencia el mal ejemplo. No es difícil visualizar el concepto de este machismo ejercido como si se viviera en un combate y el más fuerte cobrara sus proezas con la violación de mujeres como trofeo. Los abusadores, en el derecho de pernada, exigen la entrega de la mujer en forma inconsulta. Nadie les pregunta a esas niñas si así desean tener su primera experiencia sexual, ni si les parece bien.
El que ejerce el derecho de pernada (criminal que carece de todo sentimiento de culpabilidad) argumenta -a favor de su derecho de desvirgue contra una nena pequeña, niña o adolescente-, que esta acción le corresponde a él, porque "total alguno se la va a comer". Mejor es que él lo haga primero, por imposición, antes que cualquier otro.
Esta situación se repite en la actualidad. Sucede en ambientes del grupo familiar, lugares de trabajo, espacios públicos, oficinas, hospitales y colegios. No hay arrepentimiento por parte de los abusadores sexuales. Ejercen el derecho de pernada que aprendieron de sus mayores o tutores. El derecho que les ha sido permitido y que se les permite practicar sin sancionarlos: voltear a la mujer como sea, aprovecharse de ella y dejarla tirada.
Se dice que ahora la mujer ha mejorado su condición de vida. No creo que tanto. Como sostiene Rosa Montero, en estas cuestiones "damos un paso para adelante y tres para atrás". Recuerdo, entonces, cuánta sangre se derramó para declarar la "igualdad, libertad y fraternidad", cuánto se luchó por el derecho al voto femenino, cuánto se fatigó y fatiga el camino para que les den a las mujeres igualdad de oportu- nidades y un respeto sano en todo espacio. Pregunto: ¿Estaban y están todos locos? ¿Cuánto más deben soportar las mujeres? ¿Hasta cuándo ejercitarán los animales que nos rodean ese maldito derecho de pernada, los inmorales inconscientes mirarán hacia un costado y justificarán delitos con un: "aquí no ha pasado nada, son mentiras, están locas"?
El mejor ejemplo literario de estas costumbres aberrantes es la obra Fuenteovejuna (dramaturgia, Madrid, 1619) de Lope de Vega, concebida conforme a un hecho verídico ocurrido en 1476. El dramaturgo narra el caso del comendador Fernán Gómez de Guzmán, personaje siniestro y tirano, quien traiciona a los Reyes Católicos y persigue a la moza Laurencia para convertirla en su amante a la fuerza, antes de que la despose Frondoso, su joven enamorado. La muchacha lo evita y se niega. Sabe que, en estos casos, los hombres actúan con hipocresía, crueldad e ingratitud. Guzmán ha violado a otras mujeres de la villa. El Comendador, que abusa de su poder en el pueblo de Fuenteovejuna, insiste con violencias, ajeno a la evidente negativa. Aparece en la boda de los jóvenes y los apresa. Cansado el pueblo de los vejámenes a los que son sometidos por Gómez de Guzmán, deciden hacer justicia por mano propia y lo matan a hierro y a pedradas. Ante la presencia del juez que investiga el caso, cuando éste pregunta quién mató al Comendador, todo el pueblo responde: "Fuente Ovejuna, señor". Los pobladores son perdonados por el rey, al no poder identificar a los sujetos culpables.
La lección de esta obra es visibilizar cómo el pueblo, unido, tiene la capacidad de oponerse a las tiranías y enfrentar degradaciones e iniquidades en defensa de la virtud. Todo vuelve a un orden con el ejercicio de la libertad: la libertad de elegir pareja, la libertad de elegir quién manda en el territorio propio. El suelo propio es el cuerpo de cada uno, la integridad que conforma a cada persona y que no puede ni debe ser sometida a caprichos de poderosos atropelladores.
Fuente Ovejuna existe en nuestro tiempo. Siempre hay comendadores que quieren todo: bienes y honras. La Historia y las ruedas de los molinos del tiempo y de Dios muelen lenta pero inexorablemente. Cuanto más oscuro está mejor se ven las estrellas. Elevemos las voces. Dispongamos de acciones concretas. Tenemos la obligación moral y social de salvaguardar a los más débiles: nenas, niñas pequeñas, jóvenes púberes, adolescentes, mujeres. Nos llama el deber de sancionar a los que se creen intocables, a los que todavía insisten con el arbitrario derecho de pernada.
Tomado directamente de: https://www.pressreader.com/
Alicia Duo Escritora, abogada y magister en Literatura
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