Carta de despedida al músico y maestro Carlos Ovidio Barrantes Soto



Carta de despedida al músico y maestro Carlos Ovidio Barrantes Soto.
27/4/1932 - 21/11/2015

Llegó el día por fin en que los verás de nuevo. Abrázalos, dales muchos besos, pídeles perdón por todo y tranquilo, que te perdonarán, porque desde hace casi 50 años lo hicieron cuando llegaron ahí mismo.

Diles que aquí tienen a un hijonieto que los quiere conocer, todo, que no tuviste tiempo de contarle muchas cosas sobre ellos, que apenas mencionaste un par, que casi nada supe.
Abraza a tus hermanos, dales la bendición de mi parte aunque la máxima ya la tuvieron hace un tiempo antes que ti. Prepara tus manos para otros 16 abrazos que tanto has esperado. A unos a tu altura y a otros tendrás que agacharte porque del metro veinte no pasan. A otros tal vez alzarlos pues seguro que ni a gatas pisaron el suelo antes que ti. Dile a los más pequeños que se preparen mucho pues cuando los vea tendrán que contarme todo, pues de ellos no supe nada. A los más grandotes pues algo ya vi mientras crecía y ellos se arrugaban. Algunos ya tenían su sonrisa marcada del todo cuando compartieron su aire conmigo. Otros como tu también la fueron marcando mientras yo también me arrugaba.

Tu que fuiste mi abuelo junto con los que llegaron contigo y se fueron cuando ya tenías anteojos. Porque la vida me dio solo una, pero en su delantal traía seis más, escondidos en las máscaras de su hermandad, pero que casi de inmediato se apropiaron de ese dorado puesto que tres no tomaron por ley. Contigo aprendí a ir usando poco a poco la B en vez de la G, con la práctica de cada tercer domingo de junio. Pues la P tampoco la usé nunca.

Sofocabas de viento la sala de la casa ya que el aire fresco fue el menú preferido siempre, sin camisa y en camiseta, con la faja suelta, un refresco de lo que sea y un televisor con cualquier bola que tuviera piernas detrás de ella. Me hiciste conocer a aquellos "hijuemilputas" que te acompañaban los domingos cuando se comían tus amados mangos, y no te dejaban ninguno. A veces le dejabas ruidos metálicos al viento, con notas extrañas levantando tres de tus dedos a la vez y a lo loco a veces, apretabas los cachetes y pelabas los ojos, y de un trompazo me enseñaste a inflar la cara y a chillar los oídos de todos en la casa.

La primera vez que te recuerdo, le convertiste la mano en cuero a tu hermana mayor, y las nalgas me quedaron rojas por primera vez por no escuchar que lo añejo se debe quitar antes del medio día. Como disfrutaba mi abuela su bigote. Cuanto la extraño, dile que será la primera, y que escoja si en mecedora o en el poyo de un parque. Donde se sienta más cómoda, con un par de cigarros y una cerveza, yo le llevo fósforos con hormigas.

Nunca fuiste mi maestro, pero pusiste en mis brazos una pianica, un teclado, una trompeta, un acordeón, blancas, negras, dobles, soles y fases, tanto que en seis cuerdas se convirtió todo al final. No me enseñaste a cantar el himno nacional, pero sí me enseñaste como se le hacen himnos a todos cuantos merecieran cantarse. Aprendí también a que hay líquidos que te calientan la garganta, y te cambian el ritmo por lo bajo, cambiando notas para el recuerdo, desafinando rosarios y afinando el amor, entonando a la gorda de nuestras vidas, la que siempre cantaba al final.

Con tu hermano el de los leones aprendí qué era el pacholí, y contigo lo viví, a diez metros ya anunciabas tu vanidad y buen gusto. Nadie te ganó en eso. Menos yo. Me regalaste el primer signo de una vida tropical, la etiqueta y elegancia en mundos que amanecen con la brisa del mar, en mangas cortas y miniatura de mi edad corta, que nunca usé, hasta que ya no estuviste. En tu nombre a media panza con una orgullosa guayabera celeste, te pido perdón por mi tonta infancia y confieso que la biblia que me diste es de los tesoros más preciados que me enseñó lo que es arrepentirse por una estupidez.

Ya es hora de aprender lo que solo se entiende cuando no está más el maestro, el que siempre tuvo sonrisas aunque le acosen los hijuemilputas, quien nos enseñó la serenidad a punta de calmarte por berrinches de gramillas (siempre los hijuemilputas), el que logró explicarnos la existencia del Corazón con Patas, que nos sacó cosquillas de las rodillas y calambres en la nuca. Duraste ocho décadas sembrando cabellos de seda para despeinártelos todo el tiempo, coleccionaste boinas de cuadritos para arrebatártelas todo el tiempo, y te aviso que con una de ellas te quedarás ya hasta todos los tiempos. Tus ropas de gala también se irán contigo y tuve la dicha de abrazarte en caliente y también de vestirte y abrazarte en frío. El amor no tiene temperatura fija.

Se harán flacas tus carnes pues todos adelgazamos siempre, cinco años después de que te topes con tus padres y le mandes mis saludos, tal vez pueda conocerte realmente no solo en carne sino también en hueso.

No te preocupes por el ángel que te salvó la vida aquí en la tierra, pues ella misma nos salvó a nosotros en buena parte y se construyó un paraíso donde todos la amaremos por siempre. Ella seguirá con su luz bendiciéndonos a su modo tan particular, tan lleno de formas de entrar sin pedir permiso, limpiar la sala, barrer el piso, lavar los platos, alzar los muebles y sacar los trapos, barrer el patio, lavar la ropa y hacer deliciosas comidas. Todo esto en la casa de nuestros corazones. Porque así es como de seguro entró en tu vida y te alejó de muchas costras que llevabas pegadas desde años antes. Porque gracias a una trompeta en tus manos atravesaste el país del norte de tajo a rajo, pero gracias a ella viajaste en las nubes y paraísos con solo andar desde Cucubres a Barrio Jardín. Tu hermana -la del radio rojo que quise quedarme- te la presentó, ahí por el río de las inundaciones y las curvas pronunciadas. Ese río que a veces llevaba refris y gallinas, bolas y sillas, le daba brisa a tus días de amor en el barrio de la Carmen, de aquella Carmen que debes estar abrazando ahorita mismo. No te pelees más con ella pues ya no es hora de agarrarse por culpa de caudillos y doctores. Nada más pongan a Gardel a cantar la Malagueña, y seguirán disfrutando de lo mejor.

Sigue disfrutando ahora que no hay forma que te impida, ni brazos cortos que no te dejen alcanzar, ahora que puedes tener todos los dedos que quieras para tocar los pianos que inventes, ahora que tendrás trompetas con fuelle y acordeones con boquilla. Olvídate de tus pecados que aquí no queda nadie que los recuerde, tan solo para saber que los sufriste para darnos el ejemplo que cada uno de tus hijos, nietos, bisnietos y sobrinos sabrá cómo aprovechar. Juega todos los números que quieras pues el premio mayor ya lo ganamos al tener por bendición tu presencia entre nosotros. Yo seguiré coleccionando billetes todos los domingos, para que mis tataranietos se hagan millonarios gracias a tu gran y preciosa historia.

CG 22.11.15

0 comentarios :

Publicar un comentario

No se aceptan notas publicitarias u ofensivas. Su comentario será aceptado si no lleva estas intensiones.