Actualmente y en muy lamentable condición es la poca cultura por preservar las estructuras que hemos hecho nuestras, que se han convertido en los pocos símbolos de un pasado que muchos apelan a no perder en el día a día. Aunque resulte peligroso hundir la vida de una sociedad en un pasado sin visión a futuro, las imágenes de un país que construyeron nuestros abuelos son de suma importancia para reforzar el conocimiento de nuestras raíces, sea de donde sea que las hayan inventado, que son nuestras y de ahí es donde se sostiene la sociedad actual.
Un problema actual y delicado que presentan las edificaciones antiguas en este país, es que es muy poca la gente que los quiere ver en pie, las leyes que las deberían proteger son muy escuetas, y peor aun, el desinterés por que se cumplan o se motiven a mejorar, es prácticamente nulo en la mayoría de los costarricenses. Tras de eso nos encanta ver caer al árbol, y luego cuando ya nadie puede hacer nada, llorarlo a grito pelado y con las vestiduras rasgadas. Para muestra un botón: La Antigua Biblioteca Nacional, el Antiguo Congreso o la Universidad de Costa Rica en barrio González Lahmann, etc.
De esta manera vemos cada año una cantidad alta y triste de casas antiguas que son demolidas para convertirse en parqueos, en comerciales con locales cada vez más pequeños y eficientemente distribuidos. En resumen: Se derriban las paredes viejas muchas veces para dar paso a edificios más rentables a nivel comercial, porque es un hecho que ni la mejor cultura del mundo podrá eludir: si las estructuras de las ciudades no responden a las necesidades económicas del presente, estas inevitablemente serán tarde o temprano derribadas.
Nosotros no somos Europa, no somos los Estados Unidos, no somos el Oriente ni nadie más. No tenemos la capacidad astronómica de dinero que ellos tienen. Somos Costa Rica, y las necesidades comerciales de nuestras ciudades son únicas, más sencillas en tamaño pero muy complejas en nuestra esencia.
Nos parece que, es urgente hacer uso de una re estructuración inteligente y bien imaginativa de las remodelaciones, que los dueños sepan o sean asesorados por expertos en varias materias, para que un edificio "viejo" no deba ser casi demolido o destruido del todo y que se le pueda sacar dinero al terreno y a la propiedad. Hay que llegar a un equilibrio entre las modificaciones que se deben hacer, para convertir una casa en un consultorio, bar, café, tienda o centro de oficina, derribando algunas partes, pero manteniendo otras o remodelando de forma que se enaltezcan ambas caras, la moderna y la antigua. Así se preservarán elementos que pueden llenar la ciudad de sitios agradables, eficientes y con registro o sentido histórico.
No todos los edificios de interés patrimonial pueden convertirse en museos o centro culturales y no todos pueden ser soportados por el estado. No existe, al menos en este país y en el contexto actual nuestro, una cultura tan amplia y ensanchada como para que tantos lugares culturales puedan ser rentables económicamente, y que estas actividades logren ser atractivas para todos los dueños de estas casas. Es necesario que las construcciones antiguas se adapten a los tipos de comercios que se requieren en la actualidad, de una manera cuidadosa pero no prohibitiva, porque si se le niega al constructor, diseñador o arquitecto hasta poner un clavo o modificar una precinta, nadie va a querer dar iniciativa a la conservación. La economía es la que manda en la vida de las ciudades.
Se necesita dar conciencia a las nuevas generaciones de conservar nuestra historia en muchos niveles incluyendo el desarrollo constructivo, eso significa comenzar a inculcar en los niños el formarse y encontrar un valor a las cosas viejas, a los esfuerzos materializados por nuestros padres y abuelos, a las cosas que aunque sean solo materiales, pueden llegar a convertirse en excelentes símbolos que reflejen la gran cantidad de valores positivos que nuestra sociedad necesita.
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