LA VELA DE UN ANGELITO
Apenas el rezador
pone fin a lo que reza,
cuando sale a relucir
la hidrópica botijuela.
¡Qué besos tan cariñosos!
¡Qué caricias tan extremas!
Unos la apuntan al muro,
los más hacia las soleras.
Libre la sala de estorbos,
puesta en un rincón la mesa,
donde en caja destapada
duerme el “Angel” que se vela,
se adelanta el maestro Goyo,
que es el director de orquesta,
con el “chonete canchao”;
bajo el brazo la vihuela, ‘
en la boca el “cabo” hediondo
que ha llevado tras la oreja,
“cabo” que ha de ser al cabo
soberanísima “cuecha”.
Da principio el zapateado.
Cómo saltan y dan vueltas,
se detienen o adelantan,
se separan o se estrechan.
Ellas con la falda asida
y la mano en la cadera.
Ellos con pañuelo al cuello
o en la mano, según quieran.
Ahora dando pataditas,
ya girando con presteza,
van de la una a la otra banda,
van de la una a la otra puerta.
Envuélvelos una nube
que forma la polvareda
que por los pies arrancada
surge del piso de tierra,
nube contra la que luchan
en vano doce candelas
colocadas en “pantallas”
que de las paredes cuelgan,
o adheridas al horcón
de recia y tosca madera,
donde dejan al morir
sebo, hollín, pabilo y yesca.
Alguien grita: ¡bomba!, ¡bomba!
Párase al punto la orquesta
y un mozo de buena estampa
así dice a su mozuela:
“Como mi almuhada es de paja
y mi novia no está vieja,
toda la noche la paso
con la paja tras la oreja.”
– ¡Bravo!
– ¡Bien!
– ¡Viva Domingo!
– ¡Vivan ñor José y Grabiela!
– ¡Vivan los dueños de casa!
– ¡Otro trago “pa l’orquesta”!
– ¡Música “mestro, y arréle”
que ya encontré compañera!
– ¡Oh “viejito tan asiao”!
– ¡Que viva yó y mi pareja!
– ¡Que viva!
– ¡Bomba!
– ¡Otra bomba!
Párase al punto la orquesta,
y la niña puesta en jarras,
responde así zalamera:
“Quisiera ser ‘cojollita’
o flor de la yerbabuena,
para perfumarle el alma
al negro que me quisiera.-
– ¡Bueno!
– ¡Muy bueno, caramba!
– “Alcáncensen” la limeta,
que la “casusa” hace falta
y es “casusa” de cabeza.
– Dame un trago, Valentín.
– Zampále, que no hay tranquera.
Los mozos de la familia
a las jóvenes obsequian,
repartiendo en azafates
sendas copas de mistela,
que toman en compañía
de empanadas de conserva,
polvorones, pan de rosa
o enlustrados con canela,
mientras las damas mayores;
con la escudilla en las piernas
se “atipan” de miel de ayote,
usando para comerla
de sus no pulidos dedos
las sus no muy limpias yemas.
Fortalecidas las panzas
sigue de nuevo la juerga,
y entre risas y palmadas
se inician juegos de prendas;
“San Miguel dame tus almas”;
luego “La gallina ciega”,
luego “El estira y encoge”,
“El muerto” y “La mula tuerta”.
En tanto allá en la cocina
la madre suda y se empeña,
ya batiendo chocolates,
ya saqueando su alacena
donde el bizcocho dorado
duerme en amplias cazuelejas,
o ya sacando empanadas
de papa y carne rellenas,
ruborizadas de achiote
y trasudando manteca.
El padre con una “soca”
de más allá de la cuenta,
suelta un rosario de verbos
y “rajonadas” tremendas,
diciendo que ahí no hay hombres
que se “paren”; que son hembras,
y que el que quiera probarlo
que se salga a la tranquera,
“pa arriarle” cuatro “planazos”
y hacerle ver las estrellas…
La gentil aurora pone
fin, con su luz, a la fiesta:
y al niño, en la caja blanca,
se llevan para la aldea,
donde le aguarda el regazo
cariñoso de la tierra.
CUATRO FILAZOS
Ambos son de alma templada,
mozos ambos y fornidos;
no hay diferencia en edades,
ni en la guapeza y el brío.
Iguales son en donaire,
en coraje son lo mismo
e idénticas las realeras
en el tamaño y el filo.
Por la bella Marcelina,
la nieta de ñor Jacinto,
a darse cuatro filazos
los dos mozos han salido.
Escogen para el combate
la Vega de los Molinos,
y a la luna silenciosa
tienen sola por testigo;
no cruzan una palabra
durante el largo camino:
cada cual piensa en la madre,
en el padre, en el amigo…
y los dos en la muchacha
causadora de aquel cisco.
Tristes son sus pensamientos,
pero marchan decididos,
porque los hombres valientes
no suelen ser reflexivos.
Una vez que al campo llegan
y ya puestos en el sitio,
tiran chaqueta y sombrero
sobre un pedrusco vecino.
– ¡Me perdonás si te mato?
– ¡Está claro!, ¿y vos?
– Lo mismo.
– Pos si querés empezamos.
– Empecemos, Secundino.
A un tiempo de la ancha vaina
sacan ambos los cuchillos,
que a los rayos de la luna
despiden siniestro brillo.
Si uno avanza el otro ceja:
ya están distantes, ya unidos;
saltan, gritan, vuelven, zafan,
fieros, resueltos, bravíos…
Los aceros al chocar
producen extraños ruidos,
y la claridad incierta
pueblan de rayos fatídicos…
Rueda el pobre Juan de Dios
sin exhalar un gemido…
Piensa un instante en sus padres,
en su adorada y en Cristo,
y entra al reino de la Muerte
tan sereno, tan tranquilo,
como en los brazos maternos
se duerme el cándido niño.
El sol de la mañanita
alumbra su cuerpo frío,
y bebe la sangre roja
que mano airada ha vertido,
para colorear sus mantos
por el tiempo desteñidos.
ANDALUZADAS TICAS
– Pa julminantes, ninguno
como el de José María;
no es guayaba, con dos balas
se trajo al suelo tres chisas.
– ¿Las apercolló en el nido?
– Qué va pa nido, en un ira:
una en la rama de abajo
dos en la rama de arriba.
– ¿Y acertó a darle a las tres?
– ¡En la pura coronilla!
– Ja ja ja.
– ¿De qué te ris?
Lo que digo no es mentira.
– Pero hombre, no puede ser,
sólo que por gran chiripa…
– Nada d’eso; ese jusil
tiene su cosa malina.. .
Una vez en la Suncíón
andábamos por l’orilla
del Mermudes, yo, Tomás,
Canuto, y José María
tepezcuinteando; de pronto
se puso a oler la perrilla,
di’ahi a ladrar y ladrar,
y a botáselos encima,
daba vueltas, daba saltos,
ya se echaba, ya corría
lo mesmito que si la
persiguieran las avispas.
Por más que abrimos los ojos
ninguna cueva se vía.
Ispiamos para un guarumo,
pa unos itabos, ¡nadita!;
pa la poza, el agua clara
como si juera llovida;
la perra seguía ladrando
y en la mesma desusidia.
Dijo Canuto: quizás
se le habrá clavao espina;
le reparamos las patas,
la panza, la rabadilla,
el pescuezo, las orejas,
hasta el rabo, ¡naditica!
En eso gritó Tomás:
¡Muchachos!… ¡Ave María!
y los señaló un charral
onde vimos una “mica”
con la cabeza enfrenada
y sacando la lengüilla;
a todos se los jumció…
(¡Pa qué decir la mentira!)
Aquello no era culebra,
era un rollo de manila;
lo menos tenía cien varas
del rabo a la coronilla.
La cabeza era un ayote
y lo qu’es de gruesa, ¡asina!…
¡Oh temeridá de bruta!
¡Igual no veré en mi vida!
Todos salimos corriendo…
Pos hombre, a José María
se le cayó la escopeta
y se descargó solita.
Entramos a un bejucal,
cortamos unas varillas,
los atollamos un trago,
pos yo traiba una botilla,
y después de persinanos
rezamos la Ave María
y los juimos a matala
todos cuatro, de puntillas.
Al llegar junto al charral
encontramos a la indina
revolcándose en su sangre
y hecha por completo chuicas:
¡no quedó una munición
de las cuarenta, perdida!
– ¿Vos viste eso?
– Yo lo vide.
¡Por estas que no es mentira!
¿Y saben lo que calculo?
se los digo; y no lo digan:
¡pa yo que a ese julminante
le han echao su basurilla!
MODELO EPISTOLAR
I
Estimada Domitila:
cojo la pluma en mis manos
tan sólo pa noticiale
que estoy gordísimo y sano,
quiere Dios, y que deseo
que, al recibo de estas cuatro
letras, se jallen ustedes
de cabal salú gozando.
Desde antantier me ascendieron,
por jortuna, a Sota Cabo;
estrené nuevo uniforme,
y una varilla me han dao
como isinia del destino,
y el sueldillo me aumentaron;
hora gano un peso diez
y no salgo a los mandaos,
lo que era una fregazón,
porque el teniente Naranjo
me espachaba, por lo menos,
veinte veces a trer guaro,
u a trer puros, o a pedir
un peso aonde los Campos,
cuando no onde los Quesadas
u aonde Rosendo Alfaro.
Además, el Capitán
tiene un chorrero de gallos,
y había que vese a palitos
pa que estuvieran asiaos;
y a más había que bañar
por la mañana un caballo,
un blanquillo que lo llaman
“Caperoles”, liberiano,
y que es un costal de mañas;
hasta muerde el confisgao.
Ayer me trujo Jacinto
la ropilla, los cigarros
y su carta y la cajita
con ungüento de soldao.
Ayer mesmo me lo unté;
de viaje se atarantaron;
esta mañana me vide
y ni uno vivo ha quedao.
Dígale a José María
que no le mando su encargo,
porque jui propio a las tiendas
y sólo jallé de cacho,
iguales a los que vende
en esa ñor Tanislao.
Le vuelvo a recomendar
que tenga muchos cuidaos
con el mestro, porque sé
que ese patas es un malo,
y que es capaz de atollale
basurilla en un cigarro,
como hizo con Miquelina
y con la hija de ñor Bastos.
Salúdeme a ña Prudencia,
lo mesmo que a los muchachos,
y no me olvide, que yo
me paso en usté pensando.
Soy su novio y servidor,
Pedro Vindas,
Sota Cabo.
Posdata
Perdone los dos borrones,
pero jue que me meniaron.
II
Mi querido Pedro Vindas:
cojo la pluma en la mano
pa contestale su carta,
que con salú nos ha ‘llao;
sólo mama no está bien
porque la sigue fregando
el dolor en el cuadril,
la tos, el pujo y el flato;
por suerte está mejorcita
con sólo la miel de palo,
con güitite y alcanfor
que le aplicó mano Pablo.
De ayer pacá se levanta,
unque no sale del cuarto.
Le noticio que la yegua
tuvo un potrillo melao,
con un lucero en la frente
y otro debajo del rabo.
Es muy bonito, si viera,
se parece al Recortao.
Ya la vaca la soltamos
porque no daba ni un vaso,
pero la “josca” no tarda,
pa la llena la esperamos,
está que no puede andar.
¡Ojalá no salga macho!
Mano Jacinto y Grabiel
se dieron unos cuerazos;
comenzaron por juguetes
y se jueron calentando,
calentando, hasta que al fin
las dos realeras sacaron,
y si no es que Margarito
abrevea a desapartalos
quién sabe si a l’hora de hora
no estaría alguno enterrao.
A yo me ha pudrío siempre
la jugadera de manos,
hasta en los propios chiquillos
repuna, más en los lángaros.
Onde Jacinto hubo baile
pal estreno de un retablo
muy lujoso que trujeron
el domingo, de Cartago;
Pa meter a Santa Rita
y al Señor Resucitao.
Dicen qu’es qu’estuvo bueno,
yo no jui unque m’invitaron,
en primer lugar por mama,
y en segundo por el diablo
del mestro que ya me tiene
como dicen, hasta el cacho;
entre más lo despreceo
y más mala cara li’hago
más anda detrás de yo.
No sé cómo habrá cristianos
que no puedan entender
las cosas si nu’es a palos.
En la misa del domingo
hubo dos amonestaos:
Ramón Cerdas con Gregoria
y Cirila con ñor Campos.
Dicen que Ramón se casa
pal primer jueves de mayo.
Me contó José María
que ayer lo vido encalando,
y qu’él mismo le contó
que ya’bía comprao los trastos,
y qui’hace dos meses tiene
dos chanchillos amarraos,
diez chompipes; dos gallinas
y un motico y tres carracos.
Dichosotes los que tienen
tata rico y patrón macho.
¿Sabe que se los murió
el gallo cuijen el sábado?;
le empezó com’un ronquío,
cantaba desentonao,
se le cayeron las plumas,
se le pandió el espinazo;
ayer lo encontramos tieso.
¡Pobrecillo, tan buen gallo!
¿Qué hay de desamen y baja?
¿No les han dicho hasta cuándo?
Tata me echó una indireta.
Yo creo qu’es que le han contao
alguna cosilla suya
y pienso que sea Lisandro,
porque antier me lo jallé
junto al portón de don Marcos,
y nu’hice más que arrimame
y ambos a dos se callaron.
El domingo, si Dios quiere,
le mandaré los cigarros:
ya tengo la cura lista
y estoy el papel piquiando.
Mama le manda memorias,
tata, Luis y los muchachos.
No deje de persinase
pa que no lo tiente el malo,
porque dicen qu’en Heredia
es onde hay sesenta rayos,
por vida suyititíca…
¡Dios guarde supiera yo algo!
Me alegro del peso diez
y de lo del Sota Cabo.
Tengo una gana de velo
con la vara y estrenando…
Ya me voy porque me llaman,
escríbame pronto y largo,
y piense un poco en su Tila
que vive en usté pensando
y ni un momento lo olvida.
Domitilia H. Camacho
DIALOGO
– ¿Y lo jallaste muerto?…
– No, tuavía resollaba;
pero con una angustia,
pero con unas ansias…
– Sea por Dios, Ildefonsa.
– Repará si no es vaina:
el domingo ajusté
cuarenta de casada
sin resentirle nunca
una mala palabra,
ni un mal modo, ni un ajo,
ni un moquete, ni nada.
Lo conocí chiquillo,
en la hacienda de Pavas.
Los domingos y fiestas
iba con mama Blasa
a la iglesia, al mercao:
prontico regresaba.
Cuando más un rompope
goun vino se tomara,
yo le puse cariño
por lo bueno con mama.
¿Qué quería la viejita
que él no preporcionara?
Leña… pos traiba leña:
¿gruesa?…, pos a picala.
El cogía las goteras;
él los empañetaba.
A1 volver del trabajo
los pedía las tinajas,
y en medio de las risas
de los piones, las traiba
hasta el gollete llenas,
lleneciticas de agua.
Si cogía alguna “chisa”
o se encontraba guabas,
o jocotes o mangos
(unque jueran naranjas),
venía con el pañuelo
derecho p’onde mama:
“Tome para que coma”,
esa era su palabra.
Hubo una vez un baile
no sé si pa la Pascua,
en medio de las músicas
y de las algazaras
me apalabrió; le dije:
“Arréglese con mama.”
Ella dijo que “bueno”;
m’hicieron unas naguas.
El me mercó un rebozo,
y un sombrero de paja,
dos sillas, una mesa,
un santo y una cama.
Los dieron una pieza
y después de encalada
m’hizo un jogón muy grande
y me mercó las arras,
y unas ollas de jierro,
dos cobijas de lana
(de las de a cinco pesos),
tres platos, una banca,
un cofre, dos jarrillos,
y mis buenas almuhadas.
Después que los casamos,
lo más a la semana,
jui se trujo los trastos
del cuarto de mi mama.
La veya como una hija.
Cuando murió lloraba,
pobrecillo, me acuerdo
que estaba haciendo una abra
onde el dijunto Chepe;
allá por la Pitaya.
Al llevale el amuerzo,
siempre volvía la cara
llenecita de gotas
de sudor y de lágrimas…
Di’ahi los nació Jacinto;
luego nació Pascuala:
pasaron unos años,
y los vino Estebana.
Lo hicieron mandador
del “Porvenir” de Cañas.
A juerza de las juerzas
compramos esta casa,
mercamos el cerquillo
que no llega a la cuadra,
y cuando ya teníamos
al menos esperanzas
de conseguir los riales
pa ajustar la manzana,
jui le cogió ese mal
anteayer en la cama.
“¿Quiere su cafecito?
y no me contestaba.
“¿Qué es eso? ¿Pus qué tiene?”
Le decía yo asustada.
Me jue entrando congoja,
jui y abrí la ventana
y lo encontré muy fiero
con la vista parada,
el estómago asina,
y dando manotadas.
Jui y desperté a Jacinto
y llamé a las muchachas
y todos le acudimos
con todo, pero ¡nada!
Le puse un buen ungüento
de manteca con malva;
acá, con hoja ruda,
le flotó bien la espalda
– lo mismo que si fueran
las patas de la cama–.
Hasta que ya Jacinto,
viendo la cosa mala,
se las abrió pa Heredia
y se, trajo unas aguas
y un parche. ¡No aguantó
la tercer cucharada!…
– Hay que tener pacencia,
tal vez Dios lo llamara.
¡Era tan bueno el probe!…
– Requetebueno, Inacia.
Pero, a mí ¿quién me quita
que me haga tanta falta?,
Tengo como congoja,
tengo como unas ganas
como de no meniame
y estar acurrucada,
sin que naide me viera,
sin que naide me hablara,
íngrima en este cuarto,
íngrima en esta casa,
así como los muertos,
así como enterrada.
¿Sabés cómo me encuentro?
Como un moto sin mama.
Tengo setenta y cuatro
y’unque a los cien llegara
no consigo otro Cosme
ni con candela, Inacia.
LA SERENATA
Anda el mozo de soldado
en una facha, ¡qué facha!…
El pantalón más que corto,
la guerrera más que larga,
con un kepis al que sobra
lo menos una pulgada,
a pesar de dos “Gacetas”
que detrás de la badana
pusieron manos expertas
en acortar las distancias.
Hace dos días lo “cruzaron”
y debe partir mañana
a la remota frontera,
donde la muerte le aguarda,
o tal vez los resplandores
de las glorias anheladas.
“Muchachos –exclama el cabo–
tienen esta noche franca
pa salir o pa quedase;
pa lo que les dé la gana.
“Eso sí –dice el sargento–
que cuidado como faltan,
a la lista de las cinco,
porque mañana es la marcha.
Y que beban sin socarsen,
porque si se descompasan
van a llegar a Liberia
fusilaos a punta’e vara.
– ¡Viva el sargento Ledezma!
– ¡Que viva el cabo Peralta!
– ¡Viva!
– ¡Viva!
– ¡Viva!
– ¡Viva!…
– ¿Qu’es`esa bulla, carasta!
– Teniente, es que les estoy
diciendo cuatro palabras,
pa esplicales qu’esta noche
están libres, porque es franca,
– Para eso no es necesario
que metan esa algazara.
El que se queda, se queda;
el que se marcha, se marcha.
Conque no quiero más gritos.
¡A la calle o a la cama!
Sale un grupo de soldados
en que va Calixto Abarca;
el novio de Miquelina,
l’hija de ñor Justo Jara,
que vive junto a la Uruca,
como a mil quinientas varas
bajando desde el mercado
por el Paso de la Vaca.
Va el pobre muy pesaroso,
porque deja a la muchacha
de quien está enamorado,
según dice, hasta las cachas.
Belfor, su amigo, .propone
llevarle una serenata:
– Vos cantás lo que quedrás
y yo toco la guitarra.
Vanse a “Las brisas deJ Guaro”
y cuatro dobles se zampan,
y alquilado el instrumento,
al cuarto de la agraciada
Miquelina, para darle
el adiós en serenata…
Tic, tic, tic, tac… tic,
tac, tic, toc.
La vihuela bien templada;
el novio tose dos veces
y esta cancioncilla canta:
“Ya me voy pa’la Liberia,
“onde la muerte me, aguarda.
“Si al caso yo muero allí,
“poné una flor en mi lárpida,
“poné una flor, poné, poné
“en mi larpi . . da . . da . . da .,
“en mi larpi. . larpi . . da . . da . .
“pi, pi, pi, pilar . . pidá . .
“¡Adiós, adiós!; me despido.
“Ya yo abandono esta playa,
“pero me llevo el cariño
“de la mujer que mi’amaba,
“de la mujer’ . . de la mujer . .
“que mia . . ma, ma, ma, mabá!…
“Si sabés que mi han matao
“en los campos de batalla.
“sobre mi tumba de nieve
“chorriá del amor la lágrima,
“cho, cho, cho . . cho, cho, cho, cho…
“cho, cho, cho . . chorriá . . ¡chorriála! “
Mientras tanto allá en la cuja
llora y reza la muchacha,
y le pide a San Antonio
y a la Virgen de la Barca,
que se lo lleven con bien
y que entero se lo traigan.
LOS MILAGROS
– ¿Con que cres que los milagros
los hacen los santos?
– ¡Creo!…
– Pos estás equivocao,
Jacinto, de medio a medio.
– ¿No hay milagros?
– ¡Claro está! Pero no los hacen ellos.
¿Sabés quién?
– No.
– Pos oyí,
son las almas de los muertos.
No hay un alma, por más mala
que haya sido aquí en el suelo,
(carculá la más bandida)
que aguante paquete entero
de candelas. Y está claro.
Repará que la llama va derecho
a pegásele en los ojos,
o en otras partes del cuerpo,
verbo y gracia el espinazo;
o la yema de los dedos.
Les prendés una candela
y’al instante están sufriendo
y’unque quisieran zafase,
¿p’onde cogen en el Cielo,
gu’el Purgatorio, gu’el Limbo?
No les queda otro remedio
que arrodillásele al santo
y pedile por sus méritos
que te concedan la cosa
que vos les estás pidiendo;
y está claro que los santos
al ispiar su sufrimiento
se compadecen del alma
y al rato le dicen: bueno.
Y el milagro que desiabas
te se presenta completo.
Yo tuve un primo muy malo,
(vos lo alcanzaste, Perfeuto).
Ese debía cuatro muertes;
pos hombre ya para viejo,
le tocó Dios la concencia;
le entró el arrepentimiento
y s’hizo un cristiano tal
que lo mentaban d’ejemplo.
No volvió a tomar un trago,
se retiró de gallero;
devitaba las cuestiones,
y respetaba lo ajeno,
como si juera lo propio,
esautamente lo mesmo.
Hace cuatro años murió
pa Candelaria, en el puerto,
y murió como un bendito
con todos los sacramentos,
y además lo amortajaron
con hábito de carmelo.
Pos bien: hace cinco meses
se me baldó el buey overo,
llamé a Pantalión, l’hicimos
cuanto dijo que era bueno,
y el buey p’atrás y p’atrás.
Cuando ya lo vi en el cuero
de no comer ni beber,
me recordé de Perfeuto,
y jui y abrí la lacena,
y saqué el libro de rezos,
y un paquete de candelas,
y me entré en el aposento
y le dije: mire, primo,
una candela le priendo
pa que me repare modo
de que mejore el overo,
mas si con una no me oye
sigo prendiendo y prendiendo,
hasta que me haga el milagro.
Después recé el padre nuestro
y un chorrero de oraciones,
de mi librito de rezos.
¿Cuántas cres que me aguantó?
– Pos todo el paquete, creo.
– Qué va pa paquete, dos,
y al decir tres el overo
andaba dando carreras
y bramidos por el cerco.
– Te aseguro que hasta el día
di’hoy no sabia yo nada d’eso.
– Pos que nunca te se olvide.
– No ha de olvidáseme, Diego.
¿Sabés qué estaba pensando?
Que si llamás uno bueno
con una sola tenía.
– ¡Con una decís, con menos!
Pero jue que en la taranta
sólo recordé a Perfeuto.
– Cuanto más vive el cristiano
más apriende… ¿Cierto?
– ¡Cierto!
BODA CAMPESTRE
Con dos “cuhetones” anuncian
la salida de la iglesia.
Delante va el padre cura;
sigue el alcalde Ledezma,
ñor Vindas el curandero
y luego el “mestro” de escuela.
Tras de estos grandes señores
marcha la gentil pareja.
Es justo que en describirla
puntualmente me detenga,
y natural que principie
por la niña, por “Miquela”.
“Tomará tener veinte años”,
según dice ña Sotera,
la madre; sus veinticuatro
al contar de malas lenguas,
que sostienen ser nacida
“pal tiempo de las virgüelas,
mucho antes que el Presidente
despachara para ajuera
al señor obispo Thiel,
que Dios en su gloria tenga”.
Ya sean veinte o veinticuatro;
o veinticinco o cincuenta,
es lo cierto que la niña
debió llamarse Perfecta,
por su cara, por su cuerpo,
por su sandunga y etcétera.
Lleva un vestido de gasa,
con peto de lentejuelas,
y unas florecillas blancas
enredadas en las trenzas.
Es blanca también la faja
que le azota las caderas;
y blancos los chapincitos
y blancas sus carnes frescas,
y más blanca todavía
el alma de la doncella,
que tiene los dientes finos
y brillantes como perlas,
y dos ojos que en el cielo
de su rostro son estrellas,
estrellas donde se mira
el mozo de la Verbena,
que la sacó de su casa
por la puerta de la iglesia.
Un mozo que tiene milpa
y a más de milpa carreta,
amén de un potro “melao”,
hijo de una yegua overa
que don Francisco Peralta
trajo de Lima o de “Suepcia”
como dijo en el Congreso
un diputado de Heredia;
que tiene su “pita’’ fino,
una hermosa yunta nueva,
arado de California
y la trojecita llena;
dos manzanas de café,
una casa y una huerta,
y un “jusil de julminante”,
una vaca “cajuelera”
y su montura de pico,
su puñal, y su “cruceta”.
Un mozo de mano dura,
pero con el alma tierna,
a quien por amor o miedo
en todas partes respetan;
que si suenan sus limosnas,
sus pescozones resuenan.
“Nadie le pone la pata”
en asuntos de pelea,
y si “arrebata” el machete
no queda en el prado yerba;
y lo mismo “despalota”
que tiende alambre en la cerca,
o amansa un par de novillos,
o monta una mula nueva,
o saca suertes a un toro
sin cobija ni vaqueta.
Que Cristián, el de ña Rita,
es un hombre de “de veras”.
Vienen detrás de los novios
invitados, parentela
y después la “chamusquina”
enredada con la orquesta
en que van un acordeón,
tres guitarras, dos vihuelas,
un clarinete sin llave
y un violín con una cuerda,
todos bajo la batuta
de ñor Aniceto Cerdas,
el músico más “templao”
entre la gente costeña.
Al llegar junto a la casa,
asoman por la tranquera
los suegros de la muchacha
que muy compuestos esperan.
Allí tiran diez “cuhetones”,
tres descargas, dos bombetas
y en unos vasos azules
vierten cuatro o seis botellas
de sus vientres virginales
el fuerte y sabroso néctar,
infierno que sabe a gloria
y que apenas baja, trepa.
Después de pasar el trago
los hombres dan a las hembras,
en unas copas labradas,
ya rompope, ya mistela.
– Acuérdense –dice el cura–
que hoy nos toca la novena
y la visita de altares;
conque, vamos a la mesa.
Yo me levanté aclarando
y estoy viendo las estrellas.
En una sala espaciosa
cinco “burras” patituertas
sostienen algunas tablas
tapadas con “manta” nueva.
En taburetes de cuero
se sienta la gente seria:
para el pópulo hay escaños
adornados con tachuelas.
En un camarín de lata,
que escoltan dos azucenas,
un perro de porcelana
y ocho cabos de candela,
sus amantes brazos abre
sobre una cruz de madera,
Cristo, el hijo de María,
el Salvador de la tierra;
y penden de las paredes
tres cromos que representan
a la Virgen del Socorro,
San Ramón y Santa Berta.
Además hay unas jaulas
en que cantan la tristeza
de su libertad perdida;
cuatro “monjitas” cerreras.
Sudando llega la madre
con una enorme bandeja
en que el caldo de mondongo
en tazas grandes humea,
tazas que en letras doradas
exhiben estas leyendas:
“Vos sos mi bien”, “Vida mía”,
“Domitila”, “Clara”, “Chepa”,
“No me olvides”, “¿Hasta cuándo?”
“Ildefonsa”, “Filadelfa”,
“En ti pienso”, “Caralampio”,
“Tuya soy”, “A Balvanera”,
y otros muchos que no pongo
por no hacer la lista eterna.
Acabado el mondonguito
van circulando en la mesa
el Oporto de seis reales,
el Málaga de sesenta,
algunas cervezas Traubes
y el endemoniado “Angélica”,
que baja como una bala
y sube como una flecha.
– Que hable el cura:
– Yo no puedo.
– Diga algo el mestro de escuela.
– Yo tampoco, estoy de luto.
– Pos que se bote Ledezma.
– Bueno, pero dame vino.
– ¡Silencio!
– Cristián, Miquela:
el matrimonio es el ñudo
que se forma con la cuerda
del amor de los cristianos
que habitan bajo la tierra.
Ve un muchacho una muchacha,
o se miran veciversa,
y se hablan cuatro palabras
y se entienden y a l’iglesia.
Y aquí brindo por Cristián
y aquí brindo por Miquela;
pa que les cante el amor,
ya por dentro, ya por juera…
– ¡Bueno! ¡Que viva el Alcalde!
–… y haiga siempre primavera
que les regale sus flores
y enfertilice sus tierras;
por que no falte el cariño,
ni se formen peloteras,
y por que lleguen a viejos
y que confesados mueran,
dejando a los hijos machos
en los brazos de las nueras,
y en los brazos de los yernos
dejando a las hijas hembras;
y que encuentren por remate,
cuando la pelona venga
del cielo de par en par
espernancadas las puertas.
– ¡Bien!
– ¡Muy bien!
– ¡Vivan los novios!
– ¡Viva el Alcalde Ledezma!
– ¡Viva Tiodora Camacho!
– ¡Que viva!
– ¡Viva mi agüela!
– ¡Amárrenlo!
– Fiiii.
– ¡La tuya!
– ¡Música, música, Cerdas!
– ¡Listos!
– ¿A cuál le zampamos?
– Arrimale a “La Cajeta”. (Tocan).
– Una tonada, Puyón–
le grita Casta Marchena.
– ¡Que cante! – reclaman todos.
– Bueno, pos pa complacela
voy a cantale… Ñor Cerdas,
¿usté sabe el “A ya yay”?
– Aunque nunca lo supiera.
Me basta que me digás
tan sólo cómo comienza.
La, do, re, mi, fa, sol, la.
Zampale, que no hay tranquera.
(Canta). – A ya yay, linda negrita,
a ya yay, que yo quisiera
saber si son suavecitas
tus almuhadas y tu estera…
– Puyón –interrumpe el cura–
eso es una desvergüenza.
– Ese es el patas zafao,
– Cantate “La Panameña”.
De nuevo interviene el cura:
– En no siendo deshonesta
que cante la que le guste…
Puyón tose, “carraspea”,
y después de tres registros
una su cantada suelta,
en que salen a lucir
los diamantes y las perlas,
el “perjumen” de la dicha,
y las amarguras tiernas.
Terminada la canción,
el cura que está de vena,
levanta la copa en alto
y brinda por la pareja.
A las cuatro de la tarde
el matrimonio se marcha
caminito de la gloria,
caminito de su casa.
En tanto junto al fogón
la madre de la muchacha,
al humo que brota denso
arrima la enjuta cara,
y las gotas de su llanto
se evaporan en las brasas.
TRATO FRUSTRADO
– ¡Upe!
– Pase pendelante.
– Chacalín, ¿está tu tata?
– No, se jue pa la milpilla;
mama es la que está.
– Llamála.
– Siéntese.
– Muy buenos días.
– Muy buenos ¿a quién buscaba?…
Dispense, no se la doy
porque la tengo mojada.
– ¿Aquí vive ñor Cólás?
– Sí, pero no está en la casa.
Salió hace poco a la milpa
a ver una confisgada
vaquilla que se nos mete
casi todas las mañanas.
– ¿Por qué no l’echan al fondo?
– Es que es de mana Bibiana,
y por devitarnos pleitos,
y friegas y patochadas,
Colás prefiere callase
y pudrise y aguantala.
– ¿Y ese familiambre es suyo?
– Menos acá, que es hijada.
– ¿Es mota la probecita?
– Motica; pero de mama.
El tata vive en la linia
en un retiro que llaman
Quirricó.
– Yo he’stao allí.
– ¿Qué tal es eso?
– Se gana;
pero hay un calenturiambre,
y un culebrero y un agua…
allí llueve todo el año:
vive uno como las ranas.
– Húmese este cigarrito.
– ¿Pa qué se molesta?
– ¡Blasa!
– ¿Qú’es?
– Trete un tizón.
– Estoy a mares, ña Juana,
si salgo al aigre me tuerzo.
– ¡Andá trelo vos, pasmada!
– No se moleste, señora,
yo cargo fósferos, gracias…
Pus como l’iba diciendo
a más de eso hay otra vaina;
el patrón es un machote
con la cara muy amarga,
y un hablar tan enredao
que no se entiende lo qui’habla.
Yo cogí algunos vocablos,
como el de guate por agua;
deme es guime, jor, caballo;
blac es negro; jos es casa;
un estope es esperate;
un olraites, a la marcha;
el cotejel es mistao
y el gordemis es “tu mama”.
Pero lo mejor es ime,
ya ñor Colás se dilata:
dígale que a mi regreso
vengo a ver la yegua baya,
qu’es que dicen que la vende.
– Sí, la vende muy barata.
– Ya me voy, hasta lueguito.
– Si quiere, Lipo lo llama.
– No, yo de todas maneras;
no truje ahora la plata…
Conque los vemos muy pronto.
– Que le vaya bien.
– Mil gracias.
– Trele el caballo, Dorilo.
– ¡Adió! Si me vine a pata.
Conque vine a ver la yegua
porque la mía está baldada.
– ¿Sí? ¿De qué?
– De un hormiguillo.
Además tiene almorranas,
padece de entrambos ojos
– y está tullida y matada,
es zonta y trompezadora,
se esboca mucho y se espanta.
¡La llaman “La siete cueros”!…
– ¿Cómo dice que la llaman?
– “La siete cueros”…
– ¡Pero hombre,
si esa es l’hija de la baya!
INSTANTÁNEAS
Tata, por vida suyita,
vamonós…
– ¡Que no, Rosario!
– Vamonós que ya es muy tarde.
– Hasta que tome otro trago;
vos no me mandás a mí.
¡A ver! Sírvanmen un guaro,
y un cinco gun diez de breva…
¡Qué fregadera, ca… nastos!
¡Apenas serán las dos!
– No, tata, ya son las cuatro.
– Bueno, pus que sian las doces:
¿acaso yo soy esclavo?
– ¡Hola, ñor José María!
– ¡Calistro!… ¡Venga esa mano!
¿Por ónde te habís metido?
– En las Pavas, trabajando.
– ¿Y qué tal mana Prudencia?
– Siempre fregada del flato.
Y ahora le han remanecío
unos dolores riumáticos
que la tienen empedida
de la centura pa bajo…
– ¡Hombré, lo más prencipal!…
– ¡Oh lengua e’confisgao!…
– ¡Ja, ja!
– ¡Ja! Denos dos copas.
¿Querés atollale; Chayo?
– No, señor, yo nunca bebo.
– Pus echale el cinco en algo.
¿Te acordás de aquellas fiestas?
– ¿Las de los Esamparaos?
¡Claro que había de acordame!
Como que estuve baldao
tres meses de una rodilla,
y si no llega el finao
Valentín y me la soba
con riñonada de cabro,
achiote, buñiga, sebo
y el ungüento de soldao,
tuavía estaría padeciendo…
– Ese era el patas liviano.
Una vez en un bochinche
me dieron unos planazos;
uno de ellos me alcanzó
el cuarto trasero…
– ¿El cuarto?
Pos hombré, ¿cuántos tenés?
– ¡Ja, ja!
– ¡Ja! Eche dos tragos.
– Tata, ¡por vida suyita!…
– Chayo, no seas precisao.
– Mire, ñor José María,
ya usté le conoce el guaro.
Usté se va pa su casa
y mama y yo la pagamos.
– ¡Maldita sean los demonios!
¡Andate con todo el diablo!…
– Yo no me voy sin usté.
– Váyase, yo lo acompaño.
– Bueno, a mí qué, ya me voy.
Ahi queda tata a su cargo…
– Mirá, llevate la alforja
y el saco de maiz y el diario,
y esa media de rompope
pa tu mama, y ese sacho.
Y no vayás con el cuento
de que estoy emparrandao,
porque si vas, entendélo,
apenas llegue te rajo.
– Buenas tardes.
– Buenas tardes.
– Hasta lueguito, Rosario.
– Hombré, y’hora que me acuerdo…
En esas fiestas que hablamos
me pedistes cuatro pesos.
– Y te los pagué en el auto.
– Hombré, no me los pagastes;
yo no quiero reclamalos,
y si te los recordaba…
– ¡Por estas cruces!… ¡Ca… nastos!
que te los pagué ese día
en la esquina de ñor Santos,
Vos tal vez no te acordás,
porque estabas rematao;
dos pesos te dí en papeles
y los otros dos en cuatros.
– Nombré, no me los pagastes.
– ¿De modo que te he robao?
– Robao no, no digü’eso;
que te se jueron por alto.
– Mirá, Calistro, a yo naide
me puede majar el rabo,
porque soy hombre legal
y… más que vos…
(El dependiente
andaluz)
– Vamoz, vamoz.. .
¿A qué ezaz vocez, ceñorez?
Amboz zoiz hombrez honradoz,
que aunque estéiz un poco cúzpidez,
no debiéraiz enfadaroz.
– ¿No oyó lo que acá me dijo?…
– Puez hombré, no hacerle cazo;
el hombre ez hombre de veraz
mientraz no ze toma un trago.
– ¡Es que a yo naide me ultraja!…
– Ni a yo ¡patas descarao!
– Más patas será tu mama.
– ¡O la tuya, por si acaso!…
(Riñen)
– ¡Habéiz roto loz criztalez!
– ¡Soltáme!
– ¡No! ¡No te largo!
– ¡Policía!
Fiií.. . Fiií… Fiií.
– ¡Se vienen con yo, malcriaos!
– ¡Por ese gran sinvergüenza!…
– ¡Calláte, no seas raspao!…
– O se dejan de indirectas
o les arrempujo el palo.
– ¿De quién era la última orden?
– De su agüela… ¡ ¡Condenao! !…
LA VISITA DEL COMPADRE
Tengo por mal de mis culpas
un compadre en la Rivera,
que allá cada cuatro meses
en mi casa se descuelga
con la ahijada, la comadre,
dos sobrinas y la nuera;
y este año se ha permitido
traerme el maestro de la escuela,
y no me trajo el alcalde,
porque no lo hay en la aldea.
Cuando estoy más descuidado
con el repaso de cuentas,
no por cierto de rosario,
sino de sastres y tiendas,
llega Lupe, el mayorcito,
y un papelillo me entrega
que dice así, más o menos:
“Le mando estas cuatro letras
tan sólo pa noticiale
que nuestra salud es buena,
quiere Dios, y que el domingo
si Él lo quiere iremos a ésa
yo, la mujer, los muchachos,
y tal vez también ñor Mena,
el mestro de la Capilla,
que es hermano de Grabiela,
la que crió al niño Jiorgito;
quizás usté ni a’n se acuerda:
Deseándole que al recibo.”
En fin, etcétera, etcétera.
– Hija, le digo a mi esposa,
enterate de esta esquela.
La leemos, nos miramos
y a dúo decimos: “¡Paciencia!”
Llega el dichoso domingo
y con él vienen mis penas.
Entre las cinco y las seis
nuestro calvario comienza.
Tan, tan, tan…
– ¿Quién es?
– ¡Soy yo,
compadre!
(Compás de espera
mientras me visto, me lavo
y salgo a abrirles la puerta.)
– Buenos días.
– Muy buenos días.
– Dále el bendito, Miquela.
– ¡Um!
– Que le des el bendito.
Dáselo, no seas matrera.
– Bendito, alabao el Santísimo…
Buenos días.
– Así los tenga.
Pero pasen adelante
y toman café, Sotera.
– ¿Pa qué se va a molestar?
– Ya saben que no es molestia.
Entren con toda confianza…
¡Isidra!, la cafetera
y ocho tazas, pero pronto.
– Aspérese, que la leña
amaneció resestida…
Como le quen mil goteras
y es porós… ya más no hay dulce…
– ¿Cómo que no hay?… ¡buena es esa!
¿Y el atao que compré anoche?
– Jui y se lo comió la perra.
– Lo dejarían en el suelo.
– ¡Adió!, en la pura alacena.
– ¿Y cómo pudo subirse?
– Pos talvez por escalera.
– Poco me gustan las bromas.
Aquí tiene esa peseta
y vaya donde don Santos
ligero… ¡ya está de vuelta!
– ¿Y cómo va el cafetal?
– ¿Pa qué contale? Si viera…
¿Ya ve ese vidro? Pues diga
que tiene mejor cosecha.
Ni a’n un grano cojo este año.
Yo 1’hice la deligencia:
le capé el cojollo a tiempo,
l’hice aporcas y paleas,
le quebré el palito seco,
le despaloté las cepas
y lo aboné con muñiga,
estopa de caña, ecétera,
y con lo de la familia,
que todos salen ajuera.
Pos hombre, entre más lo cuido,
más a pior. Vea, pa que vea
qu’es que entienden por la mala,
y si los llama uno, jesan.
El cuadrillo de la esquina,
ond’hice la chayotera,
ya lo daba por perdío.
Pensé voltialo pa leña:
¡pos hombre, está hecho un altar!
Me tomara que lo viera;
cada mamón es asina,
cada flor una azucena.
– Aquí está el dulce y el pan.
– Andá ayudale, Sotera:
– No vaya, no se moleste.
– ¡Adió!, dejala que venga.
Por fin toman el café
y se marchan a la iglesia,
dejándome el comedor
lleno de chunches y cuechas,
de motetes y de alforjas
y de chuicas y de friegas.
A las diez o poco más
ya está el compadre de vuelta
con unas “chapas” de a cuarta,
efecto de la mejenga.
Con un aire misterioso
la comadre se me acerca,
y me dice “sotto voce”:
“Ya se atolló una peseta;
voy a dale en la cocina
un gallo de algo pa mientras;
porque sí le viene el hipo
horitica se le trepa.”
– Voy a pedir el almuerzo.’. .
¡Isidra, ponga la mesa!
– ¿Pongo pa ustedes también?
– Yo estoy invitado afuera;
deles a ellos de almorzar.
La señora se fue a Heredia,
y los chacalines comen
en la casa de la abuela.
– Siéntense, dice el compadre.
Todos ocupan la mesa;
yo les hago compañía
y guardo las apariencias,
y de lo que hablo con ellos
va este botón como muestra.
– ¿Isabel al fin se casa?
(Rubores de la doncella.)
– ¡Adió!, ¡qué va pa casase!
Si ese hombrecillo es un pelmas.
¿Ahí no jue y se jue a la linia…,
y después de dar mil vueltas
vino cuasi en cuatro patas,
lleno de llagas y friegas?
Tiene la cara escurrida
com’una vejiga seca,
los brazos comu’hebras d’hilo,
y asina hinchadas las piernas.
Yo bastante se lo dije,
pero él metió la cabeza.
– ¿Pa qué es eso cuando vos
le aconsejaste que juera?
– Mirá, no seas hocicona,
y pesá algo en la concencia;
aquí no arañaba un cinco.
– ¿Y trujo muchos de ajuera?
– Nada trujo, no digü’eso,
pero hizo la deligencia;
y’hizo bien, que pa casase
tenía que hacela por juerza.
Y’hora no es como aquel tiempo
en que bastaba una estera
y los síses de los novios
y el diacuatro de la iglesia.
Hora es distinta la cosa;
y el que se casa se arriesga…
Cuando acá y yo nos casamos,
los dieron una ternera,
dos quintales de café,
tres vejigas de manteca.
El difunto Baltazar,
que Dios en su gloria tenga,
a más de dame dos onzas,
me dio una molida entera;
el tata de acá un potranco,
la mama un chorro de leña,
y el padrino la camilla,
dos taburetes, la mesa,
hermano un espejo asina…
y tata costió la fiesta.
– Debió estar lo más rumbosa.
– Caramba, pus pa que vea:
duró la noche y el día,
los comimos la ternera
y’un chompipe y’un chanchillo,
y no sé cuántas cajuelas
de frijoles y de papas;
y de arroces y de alverjas.
Los bebimos un barril
de chinchiví con piñuela,
y entre cususa y rompope
como cuarenta limetas.
Yo ya casi ni a’n me acuerdo.
– ¡Si tenías una mejenga!…
– ¿Y vos con qué boca hablás?
¿Pa qué ventiás esa lengua?
Si sos tan mujer contá
lo qu’hicistes en la estera.
– Ningún cristiano está zafo
de cualesquier contingencia.
– Di una no digo que no;
¿pero de dos?, ¡poca pena!
LA LEY DEL EMBUDO
“La ley estira o
encoge
según a quien se te
aplica.
Esto pasa en todas
partes,
pero más en Costa
Rica.”
De lanas, conchas y conchos
la taquilla está repleta.
Varios con un dominó
se disputan la honda pena
de pagar a los que ganan
los guaros u lo que
juegan.
En un rincón dos jumaos,
prototipos de goteras,
sobre el estado ruinoso
de sus bolsillos conversan,
echándose cara a cara,
alientos, no de verbenas
ni de rosas, sino de algo
que a mis acreedores diera
cada vez que con sus cobros
acribillan mi pobreza.
Por allá, un viejo dormido
sobre unos sacos, se sueña,
con Matinas de aguardiente
y San Carlos de cerveza.
Una tusona muy guapa
que del mismo modo ofrenda
en los altares de Baco
que en los de Venus, se empeña,
en que conozca su templo
un concho de buena cepa;
de los de pita quiteño,
de los de faja de seda,
de los de alforjas de cuero,
reló de plata y cruceta.
Sentados en una banca
tres músicos de la legua
repican un zapateado
con guitarras y vihuela.
Frente a ellos un borrachillo,
con todas las faldas fuera,
baila, si bailar se llama
hacer con los pies etcéteras,
acompañándose de hipos
a falta de castañetas
y embadurnando de mocos
las mangas de la chaqueta;
porque en el pañuelo guarda
el pan que a la casa lleva.
El dueño de la bayuca,
es decir de la taberna,
entre nosotros taquilla,
guarería en Venezuela,
(exhibo esta erudición
por ilustrar a la prensa),
vigila a los dependientes
en tanto guarda la venta
en las entrañas de roble
de su ferrada gaveta.
De cuando en vez algún lana
arma con otro pendencia.
El policial de la esquina
al momento se presenta
y pone en paz a los cides
o del brazo se los lleva
“por el florido camino”
que conduce hacia la Agencia
do ejerce de Padre Eterno
don Goyo, tras una mesa.
Por muchas horas la zambra
prosigue de esa manera;
entre titirreos de copas
y restallar de botellas,
entre palabras “de a jeme”,
entre frasecitas tiernas,
que a unos les da por las malas
y a otros les da por las buenas
y no hay tres que tengan nunca
su guaro de igual manera.
De pronto suenan las dos:
los dependientes comienzan
a despedir los marchantes:
“Acuérdensen que los friegan;
reparen al polecía
los ojazos que los pela.
Yo soy quien pago los patos,
dice el dueño, si se quedan
porque a mí me tiene tirria
y es que le negué una media
y unos puros que me vino
a pedir de moroleca.
– ¡De morolica, será!
– Bueno, sea de lo que sea.
El caso es que se las chiflan
o ese mantudo me friega.”
Y ya por bien o empujados
van despejando la escena,
y salen las buenas gentes
por las mal cerradas puertas,
con sus alforjas los unos,
los otros con sus esteras,
motetes, palas, canastos,
cuchillos, planchas, etcétera,
y cuando ya los descalzos
dejan la casa desierta,
y viendo la ley cumplida
el polizonte se aleja,
por un pasillo excusado
nos colamos los de leva
y sotto voce decimos,
mojándola, esta cuarteta:
“La ley estira o encoge
según a quien se le aplica.
Esto pasa en todas partes,
pero más en Costa Rica.”
EL CURANDERO
– ¡Mama!…
– Qu’es?
– El curandero.
– Andá cogéle el caballo.
Muy buenas tardes, ñor Vindas.
– Muy buenas tardes… Ve, ñato,
aflojámete la cincha,
porque está muy requintao;
acercátele sin miedo,
si ese es nonis en lo manso.
– ¿Y qué tal Espiridión?
– De ayer pacá rematao.
– ¿Y lo ha visto algún dautor?
– No, ¿pa qué? Yo le estoy dando
cuanto me dicen que es bueno;
pero no se ha mejorao…
Pase pa’lante y lo ve.
Abrí la ventana, Marcos.
– ¿Y eso qu’es? ¿Qué te ha cogío?
– Yo creo que viento colao:
ju i a vender unos frijoles,
hará quince días el sábado,
y yo creo que me resfrié,
porque estaba aquel mercao
cundiditico de gente.
Al salir, como a las cuatro,
me dijo acá: “¿Qué tenés
que estás tan desencajao? “
Yo no me sentía muy bien,
y jui y me tomé dos tragos;
después acá me flotó
con solfate y anisao
la nuque, y luego me vine
por mis propios pies andando.
Al llegar a la tranquera
me sentí como almadiao,
con mucha bulla en los oidos
y el paladar muy amargo.
Comimos y me acosté;
luego me jue arrebatando
un jielo por todo el cuerpo,
me puse a sudar jelao,
y me cogieron arquiadas
y corridas; a las cuatro
cuando ya estaba escurrío
me vine a quedar calmao.
Desde entonce sigo mal;
me duele mucho el costao,
y onde tueso siento un chuzo
debajo de este sobaco.
– ¿Y qué remedios te han hecho?
– Ñor Vindas, l’hemos untao
la enjundia con jiel de vaca;
además de eso ha tomao
uruca con achicoria
y castor.
– ¿Y no le han dao
el güízaro con yantén?
– No, ñor Vindas.
– Hombré, malo…
Vea: restriegue unas daguillas
y‘unas hojas de culantro,
y’un poco de juanilama,
y cuatro cabezas de ajo;
le mezcla flor de ceniza
y’unas venas de tabaco;
lo pone todo a cocer,
ojalá en traste de barro,
y luego con un olote
le flotan el espinazo,
hasta que enronche el pellejo
y se ponga colorao;
después le pasa el untijo
y lo abriga bien en trapos.
Y di’ahi le atolla una ayuda
de romero con guarapo,
y en cada uno de los oidos
me le va a poner un taco
de buñiga con mostaza.
¡Vos lo que tenés es pasmo!
VISITA DE PÉSAME
– ¡Ave María!
– ¡Menesiana!,
tengo tanto gusto en vela.
– El gusto es pa yo, Pilar.
– Dentre pa dentro y se sienta.
(En esa no, que está
floja
y es de lo más
traicionera.)
– ¿Y cómo va la familia?
– Muy bien. ¿Y 1a suya?
– Buena.
– Y qué ju’eso de Gaspar?
Pa Reyes lo vi en la iglesia
y estaba gordo, alentao.
Antantier llega Manuela:
“¿No sabés quién se murió?
¡Ñor Gaspar! “
– “¡Adió! ¿De veras?”
– “Sí, murió como a las doces;
mañana a las diez lo entierran.
Pantalión, que anda trayendo
el ataúl y las candelas,
y dos garrafas de guaro
y dando todas las vueltas,
acaba de noticiame.”
– “¡Dios en su gloria lo tenga!
¡Dichoso él que descansó!
¡Pilar es la que se friega!
Probecilla, si Dios quiere
voy este domingo a vela.
Y he venido aprovechando
que Roque traiba carreta,
porque yo a pata, ¡imposible!,
¡vea cómo tengo la pierna!
– ¡Hijo de Dios; qué jlusión!…
parece una gusanera…
– Dicen que qu’es hormiguillo.
– Dios me la guarde que juera.
D’eso murió Baltazara
l’hija de ñor Chico Mena.
– ¡Es un mal muy confisgao!
– Y es que dicen que se pega.
– Así dicen, pero es cuento.
Carcule cómo estuvieran
ya las muchachas de casa,
que me flotan y m’asean.
– ¿Y con qué se está curando?
– Hora con hojas de reina
cocidas en agua’e malva,
y diáhi fritas en manteca.
– ¿No ha probao con el tapate?
– Sí, probé; pero si viera
que en vez de sentir alivio
se me requintó la pierna.
Volviendo a Gaspar: ¿qué jue eso
de esa muerte tan ligera?
– Pos ahi no ve; jue una cosa
de dicir y hacer la mesma;
el lunes bajó a la Villa
a llevar un pocu’e leña;
el martes remaneció
con dolor en la cabeza
y con la panza perdía:
¡jue veinte veces a juera!
Llamamos a mano Lino:
le desaminó la lengua,
y le aplicó un bebedizo
de juanilama y canela,
y cataplasma de ruda
con injundie y yerbabuena;
pero nadita l’hizo eso
y siguió en la salidera;
y usté puja, y puja, y puja,
y usté se queja, y se queja.
Aclarando me llamó:
– “Decile a Lino que vuelva;
si sigo así como voy,
me las mando abrir d’est’hecha,
ya cuasi no tengo pulsos,
¡y siento una fregadera
que no sé si son los oidos
o si será la cabeza!
Es un ruidal muy estraño,
como a moda de carretas,
o de creciente de río…
¡Una maroma tan fea!…
Llegó Lino y lo sobó,
y por poco se los queda;
se puso a sudar jelao,
voltió los pieses pa juera
y se le paró la vista;
se le pintaron ojeras,
y un barbiquejo de a cuarta
de la boca a las orejas.
A palitos nos jallamos
pa conseguir que volviera.
Apenas volvió los dijo:
– “Traiganmén al Padre Piedra
porque quiero confesame…
Esto que tengo es cangrena.”
A las doces llegó el Padre
y los despachó pa juera;
lo confesó, y al salir
los dijo: “Alisten la mesa,
horita traigo a Nuestro Amo…
¡Gaspar se las chifla d’ésta!
Juimos a cortar uruca
pa la ventana y la puerta.
Cogimos unas pastoras
y saucos y flor de reina:
y con un poco de manta
que los prestó mana Chepa,
arreglamos bien la cuja
y compusimos la mesa.
Recibió el Señor, y a poco
le entró una deliradera…
A veces era con yo,
otras veces con la perra,
con la milpa, con los güeyes,
con el Padre, con la yegua.
Perdido era cobijalo;
daba güeltas y más güeltas,
ya lloraba, ya se ría
o ya se botaba juera,
y los costaba un sentido
echalo en la tijereta.
¡Lo que era hablar, imposible!
No manijaba la lengua;
hacía unos enredos como
los que hacen las loras nuevas.
“¿Qué querés?”, le preguntaban.
El voltiaba la cabeza;
los ispiaba, pero nada:
no decía lo que quisiera.
“¿Talvez desiará café? “
Tráibamos la cafetera…
“¿Ah, señor, si será pan?”
¡Le tráibamos pan, la mesma!
“¿Talvez tenga sé de guaro?”
Le arrimamos la limeta
y se atolló como el tanto
de un quince, y a la carrera.
A las diez le vino un hipo,
y’hizo una gran deligencia,
y estuvo hipo, hipo, hipo
como hasta las once y media.
Después comenzó a boquiar:
le prendimos la candela,
y tata lo encaminó
rezándole una trecena.
Al puro “tan” de las doces
volvió a manijar la lengua,
soltó un quejido muy largo,
dijo unas palabras feas,
se pegó dos estirones,
sacó la panza pa juera,
voltió los ojos en blanco,
y’hizo como cuatro muecas…
¡Y di’ahi se quedó dijunto!…
– ¡Dios en su gloria lo tenga!
¿Mano Lino no le ha dicho
la clasia de mal que juera?
– Sí, dice que jue un empacho:
lo que llaman doble presa,
qu’imposible qu’el ombligo
sin rompese resistiera.
Parecía un dedal de sastre,
daba lástima de veras;
tamaño puyón asina,
morao como berenjena;
se l’iba a ratos pa dentro,
a ratos salía pa juera.
Lino lo desasució
apenas vido la lengua,
y sólo por un quien quita
jue que l’hizo deligencías.
– ¿Y cómo se las compuso
p’al entierro y pa la vela?
– Por suerte mano Pastor
costió todo de su cuenta,
y me mandó dos mudadas
pa yo, y una a Jilomena.
Y además tata me ha dao
tres carretadas de leña;
y dice que los rosarios
y el novenario costea;
y qu’en después que se acaben
a San Isidro me vuelva.
Que ¿qué hago aquí sin Gaspar?,
que lo que tengo lo venda.
– Su tata tiene razón,
délo por lo que le ofrezcan.
Una vez qu’él se regrese,
íngrima y sola se queda
pa que se la jarten todos
los que tienen mala lengua.
¡Adiós!
– ¡Adiós, muchas gracias!
– Oigo sonar la carreta.
Mérquele con esos riales
un rebozo a Jilomena.-
– ¿Pa qué se va a molestar?
– Tengo gusto, no es molestia.
– L’espero p’al novenario.
– Yo no puedo por mi pierna;
pero vendrán las muchachas.
– Achará que usté no pueda
porque va a estar muy alegre.
Tata mercó una ternera
y tres garrafas de guaro
y seis frascos de mistela,
y’además ha contratao
cuatro músicos de Heredia;
y pa los misterios tiene
cuhetes de luz y bombetas.
Ya usté le conoce el genio…
¡Cuando se raja es de veras!
AL MERCADO
Luciendo el cuerpecito
que Dios le ha dado,
su boquita de grana,
sus ojos pardos,
y su talle flexible,
sus pies enanos,
va la bella Carmela,
la del Naranjo,
con su limpia canasta
colgada al brazo,
a comprar las verduras
en el mercao.
– ¿A cómo da los güevos?
– A once por cuatro.
– ¡Ave María Purísima!
Están muy caros.
– Son de gallinas finas.
– ¡No son pa echalos!
– Pa comer tengo a doce.
– ¡Is!, ¡qué livianos!
¿Dónde juntó ese nido?
– No son juntaos.
Quiebre uno, si está güero
se lo regalo.
– Gracias, me gustan frescos
y no pasados:
Y terciando el rebozo
con suma garbo,
en busca de otro puesto
dirige el paso.
– ¿Qué le vendo, cholita?
– ¿Qué quiere, encanto?
– ¡Mire qué cebollitas,
espí qué nabos!
– Repare los tomates;
ia coloraos
solamente su boca
puede igualarlos!
– ¿Quiere quelites frescos?
– Están mayaos.
– ¡Mayada estará su agüela!
– ¡Viejo malcriao!
– Negrita: ¿qué me merca?
¿Quiere pescado,
o coquitos?
– No, gracias,
porque me empacho.
– ¡Al peje! ¡Al pejecito!
¡Al bacalao!
– ¡Ostiones!
– ¡Caña fistol
p’al costipao!
– ¡Mire qué marfilito
de puro cacho! -
– ¿Piensa que tengo piojos?…
– ¿Y este rosario?
Lo bendijo San Pedro.
– ¿Pedro Nolasco?
– ¿Sabe que usté es muy linda?…
– ¿Deveras, ñato?
– Fíjese en el babiambre
que estoy chorriando.
– Achará, no lo pierda,
y engorde un chancho.
– ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Gabino,
te han amolao!
– ¡Volvé el otro cachete!
– ¡Seguí de gallo!
– ¡Guardame la manteca
y el espinazo!
– ¡Para yo las pizuñasl
– ¡Para yo el rabo!
– ¿Pa las mamas de ustedes,
qu’es lo que guardo?
– ¡Queso de mantequilla
bueno y barato!
– ¡Vea qué dieces, señora,
parecen cuatros!
– ¡Al tiquizquito fresco!
– ¿No lleva plátanos?
– ¡Bizcócho de Nicoya!
– ¡Naranjas!
– ¡Mangos!
– ¡Ya mañana se juega!
¿Quién quiere un cuarto?
Los veinte mil colones
tengo en la mano.
Linda, ¿por qué no prueba?…
– Si ya he probao…
¡y soy más retorcida
que un garabato!
– ¡Pero quién quita un quite!
– Deme uno bajo.
– ¿Le gustaría el sesenta
o el ciento cuatro?
– Corte uno cualesquiera;
¡todos son malos!
Y pasada media hora
deja el mercao,
y luciendo las gracias
que Dios le ha dado,’
va la bella Carmela,
la del Naranjo,
con su cesto repleto
colgando al brazo,
camino de su casa,
calle del Rastro,
número setecientos
noventa y cuatro.
- fin -
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Versión Antigua facilitada por el SINABI
Forcos es facilitador de documentos. No posee derechos de autoría ni de ningún tipo sobre los documentos que comparte, a menos que se indique en específico,por lo tanto no otorga los mismos a ningún usuario por dar acceso a ellos.
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que belleza, gracias!
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